La salud y la libertad: una referencia a Hahnemann

La salud y la libertad: una referencia a Hahnemann[1]

1-                 Las definiciones de la salud.

a)        La salud como estado: el modelo utópico dentro y fuera de los límites de la clínica.

b)        La salud como proceso dentro y fuera de los límites de la clínica.

2-                 La experiencia clínica. Los índices de la libertad en la experiencia clínica de la curación.

a)        La desdramatización del proceso morboso. Libertad ante la enfermedad.

b)        La independencia con respecto al médico. Libertad ante el médico.

c)         La pérdida de vigencia de los temas del sufrimiento. Libertad ante las motivaciones subconscientes..

d)        Los cambios en la vida cotidiana. Libertad ante el entorno.

e)        La aparición de actitudes trascendentes. Libertad como trascendencia.

3-                 La libertad. Acotación del concepto para los fines de este trabajo.

a)        La libertad como indeterminación.

b)        La libertad como autodeterminación.

1-                 El libre albedrío indiferente

2-                 La libertad moral

c)         La libertad como trascendencia.

4-                 La salud y la libertad en Hahnemann.

a)        La salud como estado. El modelo utópico en Hahnemann. Parágrafo 9 del Órganon

b)        La salud como proceso. Esculapio en la Balanza.

c)         El arte de curar como libertad. La Medicina de la Experiencia.

 

 

Lo que vengo a decir se refiere a un tema básico de la antropología médica, la naturaleza de la salud, si una expresión tal puede admitirse. Aportaré mis propias observaciones sobre el paralelismo de los procesos de salud y libertad, y anotaré el hecho de que estas observaciones no hacen sino confirmar ciertas reflexiones y observaciones de Hahnemann al respecto.

Para entender y valorar la salud, los médicos nos valemos de dos recursos: una definición y unos parámetros. La definición de la salud se refiere a la misma como un estado, lo que no tiene lugar en la realidad, donde la salud se percibe más bien como un proceso, por lo que cualquier definición tiende, más aún, debería tender a ser utópica. Han sido muchas las definiciones que de la salud se han dado, desde el silencio de los órganos, que resulta brillante desde un punto de vista literario pero a todas luces insuficiente, hasta un estado de bienestar físico psíquico y social, la más comúnmente admitida hoy, y a propósito de la cual tendría algunas objeciones que hacer si este fuese el lugar. Los parámetros por su parte nos permiten apreciar la evolución del proceso, observar si se acerca o se aleja del ideal propuesto. En la medicina convencional los parámetros de la salud son los síntomas clínicos, y es necesario subrayar que dichos síntomas son útiles tan sólo para valorar la salud dentro de los límites de la entidad morbosa.

Como homeópata, he aprendido y comprobado que la enfermedad humana desborda ampliamente la ocasión de la entidad morbosa, y ocurre que, fuera de dichos límites, nos vemos precisados de una nueva formulación del ideal, y de algún nuevo parámetro al que referir el proceso, parámetro que además debe evolucionar en paralelo al desarrollo de los síntomas.

Carezco de una propuesta concreta en lo que a redefinir la salud se refiere y en este punto me limitaré a recomendar una mirada a las ideas de Hahnemann por ser éstas coherentes con el método homeopático y con mis propias observaciones. En ellas encontraremos elementos suficientes para proponer un ideal completo de salud. En cualquier caso el modelo utópico puede, y aún debe, ser continuamente reformulado.

En la búsqueda de parámetros que me permitiesen seguir la evolución del paciente una vez superado el límite de la curación de la entidad morbosa, he tratado de observar durante años qué otros cambios, además de los clínicos, se producían en aquellos pacientes que recuperaban la salud. En la mayoría de los casos se manifestaron uno o más de los siguientes movimientos:

1-                 desdramatización del proceso morboso: básicamente se da una disminución mayor o menor de las fantasías de desenlace fatal. El paciente deja de percibir sus enfermedades como algo externo y definitivo para percibirlas como algo propio y temporal, manteniendo en todo momento una mayor confianza en su recuperación.

2-                 independencia con respecto al médico: se traduce en una disminución del número de llamadas innecesarias, en menor número de consultas, que cuando se producen están menos cargadas de angustia. El paciente aprende a cuidar de sí mismo, atiende sus indisposiciones con remedios caseros, y sólo llama o acude al médico en caso de verdadera necesidad.

3-                 cambios en la vida cotidiana: se trata de ajustes en la dirección del ideal de vida del paciente, cuando éste no está siendo llevado a cabo y siempre que exista la suficiente disponibilidad. Algunos ejemplos son: cambios de profesión, abandono del hogar paterno por pacientes adultos que no lo hicieron en su momento, personas maltratadas por sus parejas que deciden poner fin a una situación que hasta entonces habían soportado por temor, estudiantes que encuentran fuerzas para abandonar la carrera impuesta por su familia y se orientan vocacionalmente, etc.

4-                 pérdida de vigencia de los temas del sufrimiento: cada paciente, cada persona, es sensible a determinados temas, determinadas configuraciones de la realidad consensuada, que, por motivos a menudo inconscientes, pueden despertar o aumentar sus sufrimientos. Así, algunos padecen temores inusitados que pueden llegar al pánico en relación con distintos objetos como animales, lugares cerrados, tormentas, etc., o bien ciertas situaciones como una pequeña injusticia, un desaire insignificante, determinan en otros una cólera irreprimible, algunos no toleran el ruido, la menor contradicción etc. Estas y otras circunstancias pueden ocasionar sufrimientos, y para el homeópata constituyen síntomas que, al pertenecer a la naturaleza del paciente y no a la de la enfermedad particular, permiten seguir el proceso curativo cuando la lesión orgánica y su cohorte sintomatológica han dejado ya de existir. Pues bien, en el proceso curativo, estos temas de sufrimiento, estos fantasmas del subconsciente, pierden vigencia progresivamente y terminan por desaparecer.

5-                 aparición o refuerzo de sentimientos y actitudes trascendentes: reaparición de una fe perdida, orientación hacia actividades o relaciones más espirituales, interés por temas trascendentales ya sea de modo teórico o práctico, interés por definir el propio papel en la vida, hallar el sentido de la existencia, emergencia del sentimiento del deber. Todas éstas, y otras similares, son situaciones relatadas por los pacientes tratados y con buena evolución clínica. Parece que cada cual busca el modo de explorar o activar como mejor puede las facultades que lo abren a lo absoluto, a lo trascendente, a sí mismo.

Todos estos cambios apuntan en una sola dirección, y esa dirección es la libertad. Será pues la libertad, cuyo incremento se vuelve perceptible para el médico por los fenómenos observados, el parámetro cuyo aumento o disminución dará cuenta de la evolución del proceso: acercamiento o alejamiento del estado utópico de salud. La evolución de esos índices puede seguirse también una vez superada la fase clínica y es asimismo un hecho de observación que los pacientes refieren una regresión de los mismos semanas o meses antes de una recaída.

Siendo tan amplio el significado del término libertad será necesario acotarlo para los fines de esta exposición. Así distinguiré las siguientes a modo de etapas.

1-                 la libertad como indeterminación es la primera y radical libertad, inherente a la naturaleza humana, anterior a todo ejercicio, es decir potencial.

2-                 la libertad como autodeterminación corresponde al ejercicio de la primera libertad: proponerse determinados fines y allegar los medios para lograrlos. Se distinguen en ella dos fases:

a)como libre albedrío indiferente, meramente conceptual.

b)                 como elección moral, que es la libertad real, cotidiana, la que configura el acto humano.

3-                 la libertad como trascendencia, para algunos la única libertad auténtica.

A este somero esquema se podrán referir los distintos modos de la libertad aludidos por Hahnemann y los hallados en el transcurso de la experiencia terapéutica.

Es cierto que Hahnemann definió explícitamente la salud como equilibrio, como afinamiento, pero no lo es menos que a lo largo de su obra apunta una y otra vez la relación entre salud y libertad, y me interesa subrayarlo porque ello legitima las presentes observaciones, inserta el concepto de libertad con mayor propiedad dentro del método homeopático, y abre una nueva posibilidad de comprensión del proceso curativo.

En el emblemático parágrafo 9 del Órganon lo que se dice es, resumidamente, que el organismo sano hace posible que las facultades superiores (a las que se refiere como “nuestra mente intrínseca y dotada de razón”) puedan utilizarlo “sin restricción alguna” “en los propósitos más elevados de nuestra existencia”. Así, el organismo sano es instrumento de libertad, y las facultades superiores, el hombre inorgánico, es sujeto de libertad; libertad que está –no puede ser de otro modo- condicionada a lo moral (y a lo trascendente): los altos fines de la existencia. ¿Cuáles son estos fines? En un texto aparecido por primera vez en 1805, Esculapio en la Balanza, el autor expresa su convicción de que el destino del hombre consiste en “aproximarse por sensaciones que aseguren la felicidad, acciones que eleven la dignidad y conocimientos que abarquen en Universo, al gran espíritu que adoran los habitantes de todos los sistemas solares”. Tales afirmaciones contienen suficiente material para esbozar una propuesta de lo que debería ser el ideal de salud, y además constituyen una sólida base para iniciar una aproximación al criterio antropológico de su autor.

Finalmente, en La Medicina de la Experiencia, otro breve escrito aparecido también en 1805, el fundador de la Homeopatía se extiende con alguna amplitud sobre la naturaleza humana: “Considerado como animal, el hombre ha sido creado más desprovisto de recursos que todos los otros animales.” Así comienza un texto que, en términos muy parecidos a los utilizados por Platón, Kant (autores a los que Hahnemann declara conocer) y otros, acomete una reflexión sobre la inferioridad biológica del hombre para terminar concluyendo, al igual que los anteriores, que el cuerpo humano es el que corresponde a una naturaleza racional, y que lo que parece inferioridad no es sino indeterminación, de manera que si el hombre no posee aletas ni pezuñas ni alas, ello no se debe a que no pueda nadar ni correr ni volar sino precisamente a que puede hacer cualquiera de esas cosas o cualquier otra cosa con la condición de que se lo proponga, y es ese proponerse a sí mismo los fines, esa posibilidad de perfeccionar lo que recibió de la naturaleza lo que convierte al hombre en una especie tan original. Aquí aparece la libertad como indeterminación y también una primera determinación universal de alto valor moral a perfeccionar lo recibido.

A partir de aquí comienza Hahnemann una reflexión sobre la medicina que me parece del máximo interés: si el hombre, en virtud de su inteligencia, sobrepasa a la naturaleza en todos los campos de su actividad, si, incluso en un arte tan próximo a la medicina como es la cirugía, no imita sino más bien corrige y evita los serios daños a los que la naturaleza librada a su propia tendencia curativa podría dar lugar, “me sorprende –dice- que la medicina se haya elevado tan raramente por encima de la imitación de estos movimientos groseros, y que haya creído en casi todos los tiempos que no tenía nada mejor que hacer para curar las enfermedades (…)” En lugar de esa imitación nos invita, como seres inteligentes, a que hallemos una solución al problema de la enfermedad que no desmerezca del resto de nuestros logros (la invitación es más bien retórica desde el momento en que él ya parece tener una respuesta): “ella (la naturaleza) no actúa así para que la imitemos. No podemos, no debemos imitarla porque hay medios infinitamente más fáciles, más rápidos y más seguros, que nuestra inteligencia está destinada a crear para las necesidades de la más necesaria y la más respetable de todas las ciencias, la medicina”

Estas palabras constituyen adecuada iniciación al método homeopático, hijo por un lado de una minuciosa observación del fenómeno llamado enfermedad y por otro de la más genuina y profunda reflexión antropológica. El hombre en su mundo (“un mundo hostil”) es el objeto y el sujeto de la homeopatía. En su mundo, y sólo en su mundo, será el hombre un enfermo o un sano o un médico, en un mundo cuyas claves estará obligado a desvelar, al mismo tiempo que desvela su propia y enigmática naturaleza, en la que inexorablemente se inserta el sufrimiento. Y es aquí, en este último bastión de la antropología, donde filosofía y medicina son una sola y la misma cosa.

Doctor Emilio Morales

[1] Comunicación del autor a las I Jornadas de Medicina y Filosofía. Publicado en las Actas correspondientes.