En el origen de la cultura, el brujo, el chamán, el curandero, ocupaba el papel de mediador entre las oscuras y misteriosas fuerzas de la naturaleza y el hombre acechado por las mismas. El chamán, en virtud de una disposición innata o aprendida de sus maestros, era capaz de dominar y mantener alejadas de su protegido todas las amenazas que desequilibran la salud y traen el infortunio y la muerte, fuesen estas los designios malévolos de algún espíritu, el capricho de este o aquel dios ofuscado por la conducta o la buena fortuna del sujeto, el hechizo perpetrado por algún poderoso intuitivo a requerimiento del envidioso o del vengativo, o la suerte adversa en forma de un veneno, un accidente, un animal peligroso. Y cuando, a pesar de todo el poder del mago, la muerte resultaba inevitable, él sabía acompañar a su pupilo hasta las mismas puertas del más allá dejándolo a un solo paso de la feliz compañía de sus antepasados. Sigue leyendo