FELICES FIESTAS

Una antigua leyenda dice que cada año, en Navidad, el niño que fuimos y que permanece dormido en nuestro interior, despierta para recordarnos cuáles son las cosas importantes de la vida. Algunos años, ese niño despierta alegre y bullicioso; otros, viene triste sin saber por qué y llora. Esto último hace que las Navidades sean para muchos un acontecimiento no deseado. Este año, aquel niño tan volcado hacia adentro que un día fui, se ha despertado atónito: no entiende nada de lo que está pasando.

-Parece que todo el mundo se ha vuelto loco- me ha dicho.

-Pues sí, ya lo ves- he respondido un tanto embarazado.

-¿Te gustaría saber cual es la importancia de todo eso?

-Pues sí, claro.

El chico ha guardado silencio durante un largo rato. Pensé que tal vez había decidido dormirse de nuevo y pasar de todo esto. Pero unos minutos más tarde comenzó a hablar:

-Verás, durante todos estos años ahí en tu interior, he aprendido algunas cosas. Piensa que tengo la misma edad que tú, aunque por mí no pase el tiempo, y piensa que lo que ocurre en tu interior es mil veces más interesante que lo que sucede aquí fuera, por eso rara vez salgo. Todo lo que bulle en tu interior y a lo que llamas inconsciente, para mí es completamente consciente. A veces, viendo los esfuerzos que haces por comprender lo que allí sucede, tengo la tentación de decírtelo, pero hasta ahora no lo he hecho porque si las cuatro tonterías de aquí fuera te afectan tan negativamente, no sé si vas a ser capaz de administrar lo de allí. En fin, de todas maneras, hoy voy a revelarte algo.

-Gracias hombre, ya iba siendo hora.

Él rió quedo, se aclaró la garganta y continuó:

-¿Puedes decirme qué es lo más abundante aquí fuera?

-¿Aquí fuera?

-Si vamos a estar repitiendo las preguntas, no acabaremos jamás.

-Ya, ya, hombre, aquí fuera… pues…¡las cosas!

-Jajaja, las cosas, las cosas. ¿No da para más tu cabeza?

-Pues…

-Aquí fuera, hombre, alrededor de tu cuerpo.

-Ah, claro, la contaminación.

-Te vas acercando. En fin, te lo diré yo: el aire. Si en algún momento no tienes aire…

-Claro- dije yo no muy convencido, porque la tierra y el agua son más abundantes. Pero los niños tienen su propia lógica y no es bueno discutir con ellos, en especial con este.

-Y ahí adentro, donde yo vivo y donde tú vives sin saberlo, ¿qué es lo más abundante?

Se me vinieron a la imaginación cosas espeluznantes como tripas revueltas, vísceras diversas, sangre, vómito, así que opté por no responder. Pero él se había dado cuenta. ¡Lo que este no sepa!

Optó una vez más por responder él mismo.

-¡Amor!, eso es lo que hay ahí dentro. Parece que voy a tener que decírtelo todo.

-Para eso has despertado, ¿no?

-¡Ya lo creo!

Emitió una alegre carcajada que pareció llenarlo todo. Suspiró satisfecho y continuó:

-Ahí dentro, en tu interior, hay una fuente de amor infinita. Sin esa fuente, no sólo desapareceríamos tú y yo, sino que desaparecería todo el Universo, porque esa fuente no es solo tuya, sino que está en cada ser vivo y sobre todo en cada ser consciente y asimismo en el resto de las cosas, según su manera propia. Sólo hay una fuente de amor y abarca a todos los seres. Existía antes de nacer nosotros y existirá después de que hayamos muerto (o lo que sea que ocurra cuando los demás ya no nos ven).

-¿Y Dios?- me atreví a preguntar.

-Dios también: cada átomo de ese amor es Dios y todo junto es Dios y si alguien cree encontrar algo que no sea Dios, también es Dios y, por consiguiente, también será amor. Pero todo esto no es más que teoría. Este año he venido para mostrarte la experiencia de ese amor ¿Te gustaría?

Confieso que estaba un poco asustado, pero no podía dejar pasar la ocasión, de manera que acepté.

El chico y yo nos sentamos en el suelo con las piernas cruzadas de acuerdo con sus indicaciones. Lo típico de las consabidas meditaciones: sé consciente de tu respiración, siente tus piernas, tus pies, tus manos… La sensación de mi cuerpo al completo se iba formando y sentí confort, como tantas veces. De repente ocurrió: todo en mí era amor, un amor que amenazaba con ahogarme de pura felicidad. Pudo durar un segundo o tal vez varias horas. No lo sé porque el tiempo no operaba en ese estado. Tal vez pasaron años. Cuando volví a ser consciente de nuevo, el chico estaba sentado en el sofá atiborrándose de bombones.

-Jajaja, ¡si vieras la cara que pusiste!

-¿Si?

-Sí. Aun la tienes: cara de tonto. Jajajajajaja.

-Oye, ¿tú comes bombones? – por algún motivo, me parecía que un ser no material, un ser que vivía en lo más profundo de mi memoria, no debería comer bombones. ¡Y menos mis bombones!

-Claro que los como, ¿ya no te acuerdas? Siempre me gustaron mucho. ¡Por eso tú estás tan gordo! Jajajajajaja.

También yo reí. Era imposible no hacerlo ante aquella alegría. Cuando nos calmamos, él me preguntó:

-Bueno, ¿qué te ha parecido la experiencia?

-¡Uffff!, no tengo palabras. Es como si hubiese estado vivo por primera vez.

-Cierto. La vida exterior necesita de aire, agua y alimentos. La vida interior, para que tenga sentido, hay que vivirla con amor. Y, al lado de esto, ¿qué te parecen todos esos absurdos problemas políticos o profesionales que tienen tan preocupados a todos?

Recordé todas esas cosas que me habían venido preocupando y de repente me parecieron insignificantes.

-¡Bah! Chorradas.

-En efecto. ¿Convenimos entonces en que no merecen ni un comentario?

Lo convinimos. El chico me deseó felices Navidades para mí y para todos vosotros, mis amigos, y después desapareció. Pero sé que está en mi interior porque cada vez que como bombones necesito tomar ración doble: ¡al él le gustan tanto como a mí!

Doctor Emilio Morales