CON MOTIVO DE LA NAVIDAD

Un año más. Lleno de oscuridad y pesadillas. Mi mayor alegría consiste en comprobar que, poco a poco, hay gente que despierta, que despertamos. Y si bien es cierto que el hecho de despertar es gozoso, no lo es menos que la realidad que percibimos en ese acto no se compadece con tal gozo. Vivimos tiempos sombríos en los que todo lo que concebíamos como perteneciente a la prístina naturaleza del hombre o a su sagrada misión en este mundo ha desaparecido o está en camino de hacerlo.

Los valores que hasta hace no mucho latían como una realidad o como un proyecto en el corazón de muchos seres humanos no eran un invento ni una componenda, sino la manifestación del espíritu latente en cada individuo.

El honor, la lealtad, la compasión, el amor y todo el abanico de valores con los el que el bien se mostraba ante nosotros, se han desvanecido o se han vuelto sospechosos.

Despertar resulta incómodo y comprendo a aquellos que se resisten a hacerlo. Algunos consideran tal vez que es más seguro permanecer aletargados, no enterarse de lo que ocurre. Pero lo cierto es que la oscuridad se combate con la luz. Y el despertar es precisamente un paso hacia la luz. Los dormidos, los aletargados, permanecen en la zona de peligro.

En medio de tanta tiniebla, se percibe con más nitidez el brillo de las almas despiertas, las más luminosas de entre las cuales están guiando a los demás, nos inspiran compartiendo sus experiencias y conocimientos, nos exhortan a buscar la luz.

En esta situación se aproxima la Navidad, las fechas en las que celebramos el nacimiento de Jesús de Nazaret, que realizó en sí mismo lo humano y lo divino, el profeta del amor incondicional, de la compasión y el desapego.

Pero la Navidad hace décadas que perdió su espíritu original de acción de gracias, de alegría redentora, de perdón, para convertirse, poco a poco en una fiesta irreconocible. No gastaré ni un adjetivo en calificarla, pues todos podéis verlo. Hace ya muchos años, y más en los tres últimos, que la Navidad pasa por nuestras vidas sin apenas dejar huella, todo lo más, alguna que otra resaca.

Ahora bien, incluso una resaca puede ser la ocasión para despertar. Cualquier experiencia, positiva o negativa puede ser la que nos catapulte hacia la luz. Y más en estas fechas. El día 21 de Diciembre es el solsticio de invierno, es decir, el día más corto, la noche más larga de todo el año. A partir de ese momento, las horas de sol irán aumentando cada día. Si nos atenemos a una mera reflexión analógica, o si queréis simbólica, es el mejor momento para comenzar a despertar.

Menuda Navidad sería esta si los despiertos del planeta se multiplicasen por cien. O por mil. Eso sí que sería una fiesta. Si todos avanzásemos, siquiera fuese un milímetro, hacia esa luz que tan perfectamente se corresponde con nuestro destino como seres espirituales, dejando atrás, al menos en parte, el sufrimiento innecesario, el miedo innecesario, la oscuridad innecesaria.

Permitidme citar aquí a Samuel Hahnemann, fundador de la homeopatía, que en su obra Esculapio en la balanza, escribe: “¿Cómo calcular el número de enfermedades y de dolores bajo cuyo peso los mortales se doblegan y se arrastran penosamente hacia el término de su existencia, y que no les perdonan ni aún en medio de los inciensos de la gloria ni de los goces del lujo? Sin embargo, ¡oh hombre, cuán noble es tu origen, cuán grande tu misión y cuán elevado el objeto de tu existencia! ¿No estás destinado acaso a aproximarte por medio de sensaciones que aseguren tu felicidad, de acciones que ensalcen tu dignidad y de conocimientos que abarquen el Universo, al Gran Espíritu que adoran los habitantes de todos los sistemas solares?”

Queridos amigos: que ese Espíritu os sea propicio y os permita acceder a toda la alegría que encierran vuestros corazones. ¡Feliz Navidad!

21 DE DICIEMBRE DE 2022