Hace unos días, Marino Rodrigo planteó en este blog la necesidad, la conveniencia, de discutir todos los aspectos de nuestro método con el fin, quiero creer, de clarificar los puntos más oscuros y eventualmente establecer un punto de vista común. Esta entrada podría servir de inicio al necesario debate que pide Marino. Podría, digo. Sin embargo, mucho me temo que, una vez más, la mayor parte de los homeópatas decidirá abstenerse de tales excesos. Los no médicos están invitados a participar, por supuesto.
Durante los últimos cuatro o cinco años le he estado dando vueltas al asunto del llamado efecto placebo y tratando de encontrarle un lugar en el conjunto de la terapéutica. Debido a que mis conclusiones provisionales podían ser malentendidas, me abstuve de publicar e incluso de comentar nada al respecto. Pero es evidente que no podía ser yo el único en observar peculiaridades sugestivas en el proceso terapéutico y últimamente ya comienzan a oírse voces (publicadas y no) que relacionan e incluso identifican la acción de la homeopatía con el llamado efecto placebo. Y lo más preocupante es que estas voces surgen dentro del mundo de la homeopatía o en un entorno nada hostil a la misma. Si interpretamos bien los hechos que conducen a tales opiniones, llegaremos a una conclusión diferente.
Como punto de partida, ya que se trata de comparar acciones terapéuticas con efecto placebo, deberíamos despejar el significado de tal efecto. De forma general se acepta que el efecto placebo es la acción sugestiva que un acto terapéutico obra sobre el paciente, más allá de la acción terapéutica derivada de los recursos que se empleen en dicho acto. Se ratifica este efecto al comprobar, en las pruebas clínicas (sustancia activa vs. placebo), que una sustancia inerte (denominada por extensión placebo) puede producir efectos semejantes a los esperados de la sustancia activa que se somete a la prueba. Y en un número de casos equiparable al de la sustancia activa. Tan es así que algunos terapeutas utilizan habitualmente remedios inertes con la intención de inducir en sus pacientes el deseado efecto placebo. Y, siendo el “placebo” una sustancia inerte (tal vez siempre la misma) resulta curioso que llegue a ocasionar efectos tan diversos entre sí y tan semejantes, en cada caso, al esperado de la droga que se experimenta, hasta el punto de que puedan compararse estadísticamente con los mismos. Y es que el paciente sensible, dócil a la sugestión de médico, hace lo que se espera de él, que es lo mismo que él espera de la medicina: que le cure o que le alivie el o los síntomas por los que consulta. Dicho de otro modo: la simple comparecencia al acto terapéutico pone en marcha ciertos mecanismos inconscientes que tienden a cumplir la acción terapéutica propuesta.
En algunas ocasiones he tratado sobre las grandes diferencias entre el “efecto placebo” en alopatía y el “efecto placebo” en homeopatía, poniendo de manifiesto el abismo entre ambos efectos placebo.
Si queremos entender cabalmente el mecanismo que conduce a la curación, hemos de aceptar que el placebo (la placeboterapia) puede, en ciertos casos, poner en marcha dicho mecanismo, del mismo modo que otros recursos terapéuticos. Postulo que el único camino posible a la curación es la auto curación y que los diferentes métodos y recursos terapéuticos sólo tendrán éxito si consiguen ayudar al organismo enfermo a organizar sus fuerzas de manera que se siga la autocuración. La infinita complejidad del organismo humano, incluyendo lo psíquico (consciente e inconsciente) lo hacen simplemente inasequible desde una concepción mecanicista, de manera que la injerencia en los delicados mecanismos que conservan la vida y restituyen la salud, por más que en ciertas ocasiones pueda estar justificada, casi nunca son la mejor opción para brindarle al organismo la oportunidad de atender a sus propios equilibrio y curación.
Aceptamos que, en virtud de su propia capacidad reactiva, el organismo tiende de forma natural, a recuperar el equilibrio perdido por la enfermedad, así como a reparar cualquier daño que esta le haya infligido. Y así lo comprobamos en las lesiones y enfermedades agudas, en las cuales, si la noxa no es de tal grado que ocasione la muerte del sujeto, se produce la recuperación. No ocurre así, sin embargo, en las enfermedades crónicas en las que, tal y como observó Hahnemann, los recursos curativos de la naturaleza son por completo insuficientes, de manera que la enfermedad adquiere carta de naturaleza y acompaña al individuo hasta el fin de su vida, sea que este sobrevenga por causa de la enfermedad en cuestión o por otra causa. Y es en esta tesitura, dice Hahnemann, en la que el arte debe hacer algo más que imitar los recursos miserables de la naturaleza.
¿Cómo propiciar una reacción coherente y eficaz del organismo, único modo de que la curación se produzca? Esta es la gran pregunta que tiene, a mi modo de ver, muchas respuestas. La historia de la medicina contiene esas respuestas, algunas certeras en mayor o menor grado y otras por completo disparatadas. Hemos observado curaciones con tratamientos muy diversos: plantas medicinales, dietas, ejercicio, hidroterapia, psicoterapia dinámica, acupuntura y naturalmente homeopatía. No nos olvidamos del efecto sugestivo que también puede conducir a la curación, recuérdese el éxito que en su momento tuvo la Ciencia Cristiana, tan denostada por los conmilitones de éstos que ahora quieren atribuir todas las curaciones homeopáticas al efecto placebo. ¡Cosas veredes…!
La homeopatía es, como apuntaba hace un momento, uno de los recursos y procedimientos que puede propiciar la puesta en orden de las energías curativas. La peculiaridad de la homeopatía es que responde a una ley, a un principio. El terapeuta ya no necesita poseer conocimientos ocultos sobre las plantas (en el pasado, transmitidos secretamente de maestros a discípulos) ni tener determinadas aptitudes (como el chamán) ni poseer una enorme fe (Ciencia Cristiana). No necesita ser un sujeto especial ni poseer ningún inventario de conocimientos especiales porque tiene un principio al que atenerse y ese principio le permite conocer las propiedades curativas de todas y cada una de las sustancias que lo rodean. Dicho de otro modo: la homeopatía es el primer método curativo científico de la historia de Occidente. No es que sea una ciencia, porque la praxis jamás lo es, pero obtiene sus conocimientos de un modo científico. No insistiré en esto porque no es el momento. Lo cierto es que la homeopatía, al alcance de todo aquél que quiera comprobarla y utilizarla, es también un procedimiento que induce al organismo enfermo a la autocuración. ¿Efecto placebo, pues?
Ya que el efecto placebo es en realidad un efecto curativo, no tendría yo el menor inconveniente en admitir tal cosa, siempre que el que la defienda pueda explicar el motivo de que el efecto placebo sea, en la homeopatía, tan netamente superior al que se obtiene en la medicina alopática, en el marco de la actividad clínica.
Permitidme insistir sobre qué entendemos por efecto placebo. ¿Es realmente un efecto benéfico vinculado a toda intervención terapéutica?; ¿es, por consiguiente, transversal, y afecta tanto a los pacientes de los alópatas como a los de los homeópatas?; ¿depende del interés que ponga el médico?; ¿depende de la “fe” o la confianza que ponga el paciente?; ¿depende de la puesta en escena, de lo teatral de la intervención terapéutica (actitud del médico, uso de aparataje tecnológicamente avanzado, etc.)?; ¿depende de un método, del modo en que dicho método se lleve a cabo, del acierto o desacierto del médico?
¿Es el efecto placebo, en el fondo, el único recurso real que ha manejado el médico desde los tiempos más remotos, cuando la medicina consistía en elementos mágicos y que, de alguna forma, ha acompañado en su evolución a la historia de nuestro arte, haciendo fracasar todos los intentos de aquellos que quieren asimilarla, en todo y por todo, a la ciencia? ¿Consiste toda curación en efecto placebo?
Es necesario insistir una vez más en que no podemos confundir curación con paliación. En la paliación lo que hacemos es impedir la ineficaz reacción del organismo ante la noxa, agravando a la larga la enfermedad, mientras que en la curación ocurre exactamente lo contrario, es decir, la reacción orgánica se vuelve eficaz al hilo del tratamiento y el organismo recupera, en todo o en parte, el equilibrio perdido volviendo a un estado de confort y bienestar que ya no requiere de tratamiento continuo.
El modo de concebir y caracterizar la enfermedad cambia con la cultura y con el tiempo. Hoy, la medicina dominante, empeñada como está en hacer pasar la medicina por una ciencia, insiste en determinar la enfermedad a través de parámetros mensurables, merced, sobre todo, a las técnicas de laboratorio e imagen. Los datos así obtenidos nos dan una idea del estado y evolución de la enfermedad o, por mejor decir, de los daños que la enfermedad produce a nivel bioquímico o plástico, pero, ¿constituyen esos datos la propia enfermedad? Hemos de tener en cuenta que aquello que podemos medir en el proceso de la enfermedad es básicamente la resistencia que el organismo opone a la misma, a saber, las distintas reacciones o modificaciones que el organismo opone al malestar provocado por la noxa, cuya naturaleza, muy a menudo, permanece ignorada. Incluso aunque conozcamos, más o menos vagamente, o sospechemos la naturaleza de la noxa, tampoco ésta constituye la enfermedad en sí, ya que la enfermedad propiamente dicha depende de la interacción de la noxa con el organismo y que, incluso para la misma noxa, varía de un organismo a otro. Tal interacción, que es la esencia misma de la enfermedad, se muestra al sujeto por un malestar, una sensación. Para el paciente y también para el médico, esta sensación primera es la enfermedad. Puede tratarse de un dolor, un desasosiego, una debilidad. Sea lo que fuere, debe responder a la característica esencial de que el organismo es, ante la misma, sujeto pasivo. El organismo padece la enfermedad, la sufre, la siente. Esa sensación primaria con todas sus características es lo que más interesa conocer al homeópata.
Por otro lado, cuando se logra la salud, la sensación de enfermedad se convierte en otra sensación, que es la de estar sano. Así pues, la relación entre salud y enfermedad es, para todo ser humano, una relación de sensaciones. ¿Por qué no habría de serlo para el médico?
No obstante, la mayor parte de los médicos, acatando el paradigma cartesiano, prefieren seguir creyendo que la enfermedad es un conjunto de elementos cuantificables. En esto se basa la medicina moderna y pretende ser así considerada como una ciencia. Pero nosotros sabemos que la enfermedad, antes y por encima de ser ese conjunto de datos, es, para el que la padece, una sensación que difiere de un sujeto a otro, de una enfermedad a otra, pero básicamente una sensación de disconfort que el paciente compara con la confortable sensación de sentirse sano. Precisamente por eso acude al médico.
Podemos entender el efecto placebo, en el sentido más elemental del término, como un efecto sugestivo que puede inducir la organización de las fuerzas curativas del organismo (vis medicatrix) para alcanzar la curación. En este sentido, hay muchas técnicas y procedimientos que llevan a la curación o más bien la propician. Frente a esto, tenemos la medicina química, mal llamada moderna, que persigue, con ciertas excepciones, no la curación, sino la paliación. El efecto químico ejercido sobre los mecanismos de la fisiología normal y patológica, tiende en general a bloquear la respuesta orgánica (reacción) logrando de este modo un efecto paliativo. En este sentido, la actual medicina se sitúa justo enfrente de todos los demás métodos curativos. En efecto, los procedimientos históricos tienden a organizar la respuesta curativa de manera que se siga la salud. Dicho de otro modo, todo verdadero método o procedimiento curativo aporta el modo de que el organismo se cure a sí mismo. Es lo que observamos a lo largo de todo el camino de los médicos y sanadores desde los magos, los chamanes, los curanderos, los herbolarios, la acupuntura, la homeopatía, la fitoterapia, la dietética natural, el naturismo, la psicoterapia dinámica y un largo etcétera. Todos esos procedimientos, cuando son bien aplicados tienen como meta, no forzar de algún modo los mecanismos reactivos del organismo para impedir una reacción molesta, sino todo lo contrario, organizar ese conjunto de fuerzas, de manera que por ellas mismas logren el equilibrio que conocemos como salud, porque el único modo en que un organismo puede alcanzar una salud estable es haciéndolo por sí mismo. Y en eso coinciden la mayoría de las medicinas que han existido y también coinciden con el llamado efecto placebo, cuando tal efecto resulta curativo, porque también puede ocurrir que estos métodos se utilicen mal, lográndose entonces un efecto paliativo semejante al de la medicina química, es decir, inhibidor de las reacciones, no reequilibrante. Y potencialmente nocivo a largo plazo.
Por el momento, me interesa dejar claro que, cuando el llamado efecto placebo conduce a la curación, nos está mostrando el mismo camino que sigue cualquier procedimiento curativo real: propiciar, facilitar, inducir o permitir la autocuración. No existe otro camino.
Cada uno de los recursos o abordajes terapéutico mencionados parte de una forma de ver el mundo, de unas saberes o creencias, de una particular visión de la enfermedad y de sus causas, del acceso a unos recursos, etc. En definitiva, cada medicina tiene su punto de partida, pero toda verdadera medicina (terapéutica) tiene como meta lograr que el organismo se cure a sí mismo. Y, como digo, en eso todas coinciden con el efecto placebo. Las que utilizan recursos materiales, inmateriales, psicológicos, físicos o de la índole que sea, al final todas vienen a desembocar en el mismo lugar, es decir, la autocuración. Por otra parte, es el mecanismo natural en casi todos los casos. Por supuesto, en las enfermedades agudas. Y también, según todos sospechan, en un buen número de casos de desequilibrio, agudo o crónico, incipiente, cuya existencia ni siquiera percibimos. Consideramos que, en estos casos, el principio vital actúa más como elemento conservador de la salud que como elemento curativo, aunque en el fondo viene a ser lo mismo. Sin embargo, en la enfermedad crónica manifiesta, el principio vital muestra una sorprendente incapacidad para asumir su forma de vis medicatrix con la que tan bien se defiende en muchas enfermedades agudas. Las enfermedades crónicas, producto de noxas mucho más sutiles e insidiosas que aquellas que producen las enfermedades agudas, parecen ser capaces de burlar los sistemas de detección del principio vital haciendo que éste produzca una reacción ineficaz y desorganizada que tiende a perpetuarse en el tiempo cambiando no pocas veces de forma y viniendo a convertirse en un, por así decir, nuevo desequilibrio más evidente que la noxa original, cuyas manifestaciones, confundidas con verdaderas enfermedades, son las que con ahínco combaten sin descanso (y sin resultados perdurables) los representantes de la medicina paliativa.
Una cuestión a detallar en todo este mundo desconocido es el papel del inconsciente en la elaboración del tipo de respuesta curativa autónoma dentro de lo que hoy se conoce como efecto placebo, a saber, cuando el organismo consigue curarse con independencia del procedimiento curativo, como parece constatarse en los procedimientos a doble ciego.
Si el efecto placebo es o puede ser curativo, habremos de admitir que la sugestión inherente a todo procedimiento terapéutico es, en sí misma, un procedimiento curativo y habría que desarrollar un método para optimizar sus efectos, estudiando las circunstancias que hacen posible su aparición, etc.
Además, se convierte, después de la curación espontánea (la que el organismo produce sin ninguna intervención terapéutica), en paradigma del modus operandi de la Naturaleza para lograr la curación. Todo procedimiento terapéutico verdadero deberá perseguir los mismos resultados.
Reflexionemos un poco sobre la ciencia. El científico busca establecer verdades sobre la realidad. La mejor y más genuina versión de tales verdades son las leyes y los principios, es decir las leyes que rigen la realidad, las leyes que rigen el Universo. Dicho de otro modo, la ciencia es la Física. Y ciertamente la Física y su lenguaje, las Matemáticas, son las únicas que cumplen al cien por cien los requerimientos del método científico. En efecto, de mil veces que comprobemos prácticamente el principio de Arquímedes, las mil quedará confirmado.
¿Qué ocurre cuando aplicamos el método científico a la comprobación de resultados terapéuticos? Aquí el panorama cambia completamente porque pequeñas diferencias a favor o en contra del placebo versus la sustancia activa se consideran significativos. Nos conformamos con una pobre verificación en este terreno. ¿Por qué? Porque estamos tratando de aplicar a lo vivo un elemento de control que corresponde por naturaleza a lo mecánico. Y lo vivo, en especial lo vivo inteligente, supera infinitamente en complejidad a lo mecánico. Desconocemos sus determinaciones. Se nos escapa de entre las manos.
Por eso, ante los fenómenos de la vida, los de la salud y la enfermedad en particular, si no queremos perdernos, el método que debemos aplicar no es el método científico descarnado, sino que, con el mismo tesón que un científico y la misma sinceridad, debemos aplicar el método de la humilde observación, confiando en que la capacidad de nuestras facultades, complejas como lo vivo es complejo, nos conduzca a la convicción o las convicciones que necesitamos para saber y actuar. Y en esto debe implicarse, no sólo aquella parte de nuestra inteligencia capaz de computar magnitudes, sino también aquellas facultades y funciones usualmente dejadas de lado tales como la inspiración, la intuición, la fe o confianza en la verdad como realidad afín a nuestro ser y la certeza que, llegado el caso, puede elaborar nuestro cuerpo (inconsciente) y a la que nuestro intelecto debe permanecer atento. Es así como el ser vivo interpela a la vida, es así como el hombre que busca saber se enfrenta a toda aquella parte de lo real que no cabe en los estrechos límites de la ciencia y que no puede ser ni investigada ni aquilatada según el método científico. La mayor parte de los que nos concierne.
¿Queda la ciencia al margen de esto? De ninguna manera, porque todo verdadero descubrimiento científico, en su origen, viene a ser inductivo o, lo que es lo mismo, intuitivo. Newton tuvo una intuición que constituyó lo realmente creativo y esencial de su descubrimiento sobre la gravedad, el resto fueron comprobaciones. Como quiera que esa primera intuición de la verdad está fuera del alcance de nuestras capacidades habituales, produce asombro. O reverencia. Sentimientos propios del científico como lo son de todo hombre que se adentre en cualquier campo del saber. He aquí por qué los que se consideran científicos jamás deben menospreciar a aquellos que buscan la verdad, porque jamás serán científicos de verdad si no comparten las cualidades de todos los auténticos buscadores.
Del mismo modo que culturas y modos de ver el mundo anterior (y posteriores) a la ciencia lograron desarrollar procedimientos genuinamente curativos (magia, chamanismo, ritos iniciáticos diversos, etc.), del mismo modo, la era científica trajo un modo científico de abordar la medicina. Este modo es la homeopatía.
El establecimiento del principio o ley de semejanza constituye la primera aportación moderna de la ciencia al arte de curar. Ojo, que digo “arte de curar” y no “arte paliar” ni “arte de reparar”. A partir de Hahnemann no es necesario ser un chamán ni un iluminado ni un profeta ni un inspirado ni tomar drogas que induzcan determinados estados de conciencia ni efectuar ritos trepidantes que conduzcan a lo mismo ni caer en trance ni nada semejante para provocar en el hombre enfermo un mecanismo real de curación. El médico homeópata sólo necesita conocer los síntomas que los medicamentos producen en el hombre sano, observar y anotar los síntomas de la enfermedad de su paciente y buscar, entre los remedios, aquel que sea más semejante en sus efectos a los síntomas de la enfermedad a curar. Dicho de otro modo, el médico homeópata sólo necesita conocer y aplicar la ley de semejanza. De este modo consigue inducir en el hombre enfermo un proceso de autocuración. Es, como acabo de decir, el modo científico de provocar la autocuración. Un modo que se fundamenta en el conocimiento de las enfermedades individuales como constelaciones semiológicas, en el estudio de los remedios según los síntomas que producen en el hombre sano y en una ley o principio, inducido a partir de observaciones clínicas y refrendado asimismo por la clínica a lo largo de doscientos años.
En resumen: no toda curación es placebo, pero toda curación, para ser real, debe inducir en el organismo enfermo una tendencia a la autocuración. La homeopatía es el método científico y sistemático para conseguir tal efecto.
Interesante entrada de Emilio sobre los dos temas fundamentales en medicina, la enfermedad y la curación. Su profundo conocimiento de la homeopatía y su dilatada experiencia clínica le otorgan una autoridad en la materia que equilibra perfectamente con la modestia de quien sabe que aborda asuntos complejos, para entregar un texto de calado, que invita a una reflexión ciertamente no apta para estómagos acostumbrados a material más liviano.
Si, más allá de su teoría y práctica digamos internas conformando la sólida y desafiante hipótesis médica y terapéutica que sigue siendo, la homeopatía tiene una base de verdad (o, si preferimos, de plausibilidad) universal, deberíamos encontrar alguna de sus afirmaciones compartida por otros sistemas o modelos médicos asentados. Y así es, lo hallamos en naturismo e higienismo, entre otros.
La vis medicatrix naturae (VMN) es uno de esos elementos teóricos que ilustran la transversalidad entre sistemas médicos y métodos terapéuticos de perfil holístico, los más adecuados para abordar el sistema adaptativo complejo que es el ser humano. Definida por los clásicos y en permanente actividad en cada uno/a de nostoros/as, incluso en el sistema reduccionista por antonomaxia que es la medicina convencional se espera siempre que “haga su trabajo”, demasiado a menudo bloqueándolo innecesariamente al mismo tiempo. Todo empieza y termina con ella.
Emilio abunda aquí en dos de las manifestaciones de esta fuerza curativa natural, la auto-curación y el efecto placebo, y en su relación con el tratamiento homeopático. A modo de ilustración, añadiría que personas en situaciones clínicas de pronóstico incurable, como cáncer metastásico, lo han superado sin intervención terapéutica alguna. Han pasado por situaciones que han facilitado la acción de la VMN como fiebre, infección, traumatismo, embarazo y un largo etcétera, y se han curado. Hace 6 años publiqué una revisión sobre esto en mi escrito titulado Regresión espontánea en cáncer: el regalo de un amigo invisible. De una amiga, en realidad. Y me sigue dejando pasmado los pocos recursos destinados a estudiar científicamente su funcionamiento y la mejor manera de aprovecharlo en medicina.
Por eso, entre otras razones y pese a campañas de liquidadores de todo pelo, debe seguir existiendo una medicina que mantenga la tradición empírica de observar, intentar comprender y apoyar terapéuticamente a esa capacidad auto-curativa desde una visión holística de los particulares procesos de salud, enfermedad y curación de cada persona a lo largo de su vida. Y con tiempo y recursos hoy no disponibles, aspirar a dotar a esta medicina empírica de la validación por parte de una ciencia que, deseable, conveniente y hasta necesaria como es, no puede, la ciencia, usurpar su lugar.
Prosigamos.
Querido Emilio:
He leído tu artículo con calma. No tiene desperdicio.
Decirte, que a pesar de todo, estamos rodeados de la «simpleza», un fenómeno contagioso del que es difícil abstraerse en nuestro singular mundo, mal llamado, de progreso.
Hace ya muchísimos días, le decía a una supuesta «versadísima» colega, que había tenido la fortuna de ojear por internet Fragmenta de viribus; que aunque la traducción era mala —la hice yo mismo con el “google translator”—, sin embargo, aún se pudiera reconocer la mano de Hahnemann. ¿Sabes que me contestó?… Te lo digo: «Ya estoy harta de que se mezcle a Dioscórides con Hahnemann, son cosas muy distintas…» La miré a los ojos, versados, eso si, y le dije: «Después de que el gran toxicólogo probara el potencial de numerosos remedios —tal y como él decía— en personas sanas, nuestro amigo Hahnemann publicó sus resultados en forma se libro, y éste se llamó por él mismo: Fragmenta de viribus…»
Como respuesta recibí el ataque: «¿De dónde has sacado eso? —me contestó con cierta ira».
Con mi sonrisa y mi paciencia, observables desde muy lejos, le expliqué que tal fue el preludio del llamado Órganon… Me miró de arriba abajo y cambió radicalmente de tema… por fortuna para ella, se acercó a nosotros otra persona… Se que se le clavó una espina en la garganta, y aún me la guarda…
Me dirás que a qué viene esa anécdota, te lo diré: ¡Estamos rodeados!
No te quepa la menor duda, y lo peor de todo, es que estamos invadidos, incluso en las supuestas élites que se erigen como adalid de la batalla… ¡Imposible peores jerarcas!
Nadie desde “la ciencia”, expectro cuasi de cualidades diósicas, podría dejar de afirmar lo que para ellos es dogma: «Ensayos repetidos cientos de veces con los mismos resultados…» ¿A qué te suena esto?
Me permito decirlo: A Hahnemann. Por favor, léase si no Fragmenta de viribus.
Darte las gracias por tu paciencia. Y perdón si en algún momento parezco arrogante, lejos, muy lejos de mi intención… Prefiero mil veces al que dice no sé, que a aquel que se jacta de saber lo que no sabe.
Es por todo, y perdón por mi disgresión, pues solo se pica el que ajos come, que ya va siendo hora de poner coto a la estulticia de las clases gobernantes —incluidos, y sobre todo, los nuestros.
Recibe un fuerte abrazo, en la comprensión de que la lectura de esta misiva, a pesar de su publicidad, posiblemente, solo será tuya.
Francisco Javier Ramos Alija
Imagino que no seré el único en leer tu comentario. Seguro que lo hará Marino y algunos más. No muchos, pero algunos más. Es cierto que a veces desanima encontrarse, no con la ignorancia ya que en eso incurrimos todos irremediablemente, sino con la soberbia de los que creen saberlo todo. También los tenemos en casa, desafortunadamente. Pero ya el propio Hahnemann dijo hace doscientos años que pensar era el más duro de todos los trabajos. Eso no ha cambiado.
Leído, en efecto, aunque no sé si bien entendido.
Si, como cabe interpretar, este comentario de Javier es un apunte crítico interno referido a las deficiencias tanto en la formación médica en homeopatía como en la gestión de sus asuntos corporativos por los dirigentes de sus agrupaciones, no cabe estar más de acuerdo.
La formación es deficiente cuando lo que se enseña y aprende es, o bien la modalidad fieramente consumista, desvinculada de sustrato doctrinario y dirigida por el puro negocio con el único (y suficiente) objetivo de aumentar ventas. O bien las múltiples modalidades guru-dependientes que anidan en ámbitos especulativos de imposible acceso racional para su estudio científico (la auténtica medicina racional de la homeopatía de Hahnemann), a menudo presentadas como “avances”.
El aspecto corporativo médico homeopático (y, en general, médico no convencional) es deficiente por la pasividad de agrupaciones ante la decidida apuesta por eliminar (no solo) la homeopatía por parte de los más reaccionarios.
¿Te referías a esto en tu comentario, Javier?
Suscribo la totalidad.