Cantando las cuarenta: Argumentos clínicos perennes, diez años después.

Hacia una evidencia basada en la medicina

Autor: Marino Rodrigo. Médico.

Tonto el médico que desprecia el conocimiento adquirido por los antiguos“. Hipócrates

  1. A lo largo de la vida de cada persona, situaciones y vivencias de todo tipo van configurando patrones individuales de sensibilidad, susceptibilidad y reactividad que condicionarán, a su vez, la presentación de las alteraciones de la salud: desde las disfunciones pasajeras del bienestar hasta las enfermedades agudas y crónicas.
  2. En el método reduccionista, propio de la medicina llamada convencional, se aborda la enfermedad desde una perspectiva tanto analítica sobre órgano o función, como estática y estandarizada, según diagnósticos de referencia y perfiles poblacionales.
  3. Métodos no convencionales de perfil holístico la abordan desde un enfoque sintético y dinámico, y tienen en cuenta el contexto y devenir de cada proceso, las peculiaridades de cada persona y el factor tiempo unificando ambos.
  4. El síntoma, en su significado más amplio, puede ser expresión de mecanismos saludables de defensa, adaptación o superación en plena actividad. Indicador, por tanto, de significado, propósito y eficacia.
  5. Un estado de supresión (cese o atenuación de síntomas sin curación de la anomalía que expresan), ya sea espontáneo o terapéutico, puede modificar susceptibilidad y reactividad previas de la persona, con la consiguiente variación de la expresividad clínica, gravedad y pronóstico de ulteriores afecciones.
  6. Tanto en enfermedades agudas como crónicas, la capacidad del organismo de mantener localizado el proceso parece una buena estrategia global.
  7. En sentido inverso, efectos distantes o sistémicos pueden darse a partir de lesiones, estímulos o intervenciones locales.
  8. El organismo reacciona como una totalidad frente a un estímulo al que es susceptible, aun cuando el proceso quede localizado, se exprese en una parte distante y distinta de donde actuó aquel o se presente en forma extendida.
  9. Así, la enfermedad de órgano o aparato más o menos localizada deviene sistémica en la medida en que nuevas luces permiten ampliar encuadre. En consecuencia, los objetivos terapéuticos devienen también sistémicos.
  10. Desde el punto de vista reduccionista, por ejemplo, parece incuestionable erradicar microorganismos asociados a determinadas enfermedades. Sin embargo, en ocasiones la interacción microorganismo-huésped reporta efectos potencialmente beneficiosos.
  11. Desde un enfoque ampliado, la mera presencia de un microorganismo, sin considerar contextos o interacciones no siempre justificaría su erradicación como objetivo terapéutico.
  12. Demasiadas observaciones recogidas en la literatura médica no convencional nos recuerdan la importancia de contextualizar el síntoma y considerar su posible función positiva.
  13. Tiritona febril, fiebre, dolor, hipertensión arterial, convulsiones, acidosis, hipercapnia, bradicardia, etc. dejan de tener una interpretación unívoca cuando los síntomas, como expresión de procesos de reacción, no están suprimidos y se puede observar (sin riesgo clínico) su evolución potencialmente resolutiva o adaptativa.
  14. La literatura médica convencional recoge también observaciones clínicas e hipótesis positivas similares a las de modelos holísticos. Al respecto, es particularmente relevante la referida a la regresión espontánea en cáncer.
  15. La supresión sistemática de síntomas, sin valorar el posible beneficio de estos para el paciente o su proceso, no siempre es lo más adecuado.
  16. Modificar el terreno mediante la aplicación sistemática de tratamientos supresivos o de agentes de supuesta acción preventiva sin tener en cuenta el posible impacto en la salud futura global de la persona, sería revisable.
  17. Una adecuada respuesta terapéutica puede incluir una agravación.
  18. El empeoramiento de síntomas, ya sea espontáneamente o bajo cualquier tratamiento, sería mejor valorado si consideramos tanto la afección de la que dependen como el estado del paciente y su capacidad de manejar la situación con el menor intervencionismo posible.
  19. Se perfilan campos de colaboración en territorios frontera, que precisarían recursos y esfuerzos conjuntos en investigación y en terapéutica.
  20. Un primer paso podría ser la recopilación, análisis y puesta en común de casuística referida a estas áreas de confluencia.
  21. Me he referido a cuatro de ellas, destacando en particular la importancia de contextualizar: a) las alteraciones locales en las sistémicas; b) el microorganismo en su huésped; c) el síntoma en la globalidad del proceso reactivo, y d) el aparente empeoramiento de síntomas en la evolución global del paciente.
  22. De nuevo, la interacción microorganismo-huésped puede tener interpretaciones distintas y conllevar actuaciones diferentes según la persona en la que se produce.
  23. Lo mismo cabe decir de los procesos que conocemos como patología, en general, que pueden traducir declinación (precisando intervención, a menudo supresiva) o resolución, adaptación, compensación o reparación (precisando apoyo y fortalecimiento).
  24. La mejor aplicación de la ciencia y arte médicos debería suprimir, limitar o paliar los primeros, cuando la valoración riesgo/beneficio es desfavorable al paciente, y facilitar los segundos cuando no lo es.
  25. Así, el paciente puede evolucionar a un nuevo equilibrio dinámico, preservando y fortaleciendo la operatividad de sus propios recursos.
  26. En este escenario, el intervencionismo sanitario se reduce. La actitud expectante se impone cuando cabe considerar los síntomas (repito, en ausencia de peligro) como expresión de procesos reactivos.
  27. Los tratamientos no supresivos propuestos por métodos no convencionales adquieren nuevas justificaciones y oportunidades cuando de lo que se trata es de apoyar dichos procesos.
  28. Las dinámicas de los sistemas adaptativos complejos, como es el organismo humano, nos muestran que el todo es diferente de la simple adición de sus partes.
  29. En la continuidad dinámica que son los procesos de salud, enfermedad y curación el organismo, desplegando sus potencialidades reactivas, parece buscar a menudo la mejor solución global.
  30. Con todo, los excesos de ambos enfoques, el analítico-reduccionista y el sintético-global, pueden llevar a posiciones igualmente prescindibles.
  31. El exquisito conocimiento del esquivo gen puede resultar poco relevante en la comprensión de los problemas de salud de una persona, menos aún quizás con los descubrimientos de la epigenética.
  32. Los cantos de sirena de modelos “holísticos”, basados en ocurrencias de vuelo libre no asentadas en base racional ni empírica, llevan a ámbitos orbitales con escaso, si alguno, interés para el médico práctico, para no hablar del paciente.
  33. En términos operativos, el enfoque global debe fundamentarse en el mejor conocimiento de estructuras, funciones y procesos, y el reduccionista debe aspirar a interpretar y abordar la parte desde el conjunto.
  34. Esta complementación de métodos ayudaría a determinar en cada paciente el encuadre adecuado en cada momento: síntomas como objetivo inmediato a suprimir o como indicadores de procesos de curación en plena actividad.
  35. La eventualidad de trabajar conjuntamente desde enfoques en ocasiones tan distintos y distantes no pinta mal, pero ¿dónde empezar?
  36. El estudio de la individualidad y la globalidad de los procesos en cada persona, de la expresión clínica de los diferentes patrones de susceptibilidad y reactividad, así como la forma en que estos se modifican y evolucionan en el tiempo, sigue desarrollándose empíricamente en algunos de los métodos considerados no convencionales.
  37. Observaciones clínicas al respecto, registradas, compartidas y publicadas con rigor impecable, y extraídas de todo ámbito asistencial, darían lugar a argumentos e ideas que generarían teorías explicativas y propuestas de actuación.
  38. A partir de ahí, la formulación de hipótesis y su sometimiento a la experimentación, siguiendo métodos ya existentes, ya empleados y, no obstante, mejorables.
  39. En este proceso se requiere la colaboración, tanto de expertos en metodologías científicas (pero ciencia al servicio de la Medicina, no al revés) como de no menos expertos en clínica real (no solo “poblacional”), es decir, asistencial.
  40. Un objetivo muy concreto: abordar cada problema de salud en cada paciente desde SU propia forma de enfermar, facilitando sus propios recursos movilizados y disponibles. Es decir, individualizar: el reto permanente en Medicina.

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*M Rodrigo. El foco, la ventana, la luna y su reflejo: luz y encuadre en Medicina. Rev Med Homeopat. 2012;5(3):143-148.

https://www.elsevier.es/es-revista-revista-medica-homeopatia-287-pdf-X1888852612811481

Los métodos curativos

Le debemos a Hahnemann[1] una clasificación de los distintos métodos curativos atendiendo al principio que sostiene cada método. Así, llama homeopatía al método que se atiene al principio de semejanza entre el remedio y la enfermedad (homoios: semejante y pathos: enfermedad); enantiopatía o antipatía es el método que responde al principio de los contrarios, es decir, trata las enfermedades con remedios cuyo efecto sobre el organismo es contrario (enantios o anti: contrario y pathos: enfermedad). De tal manera, por poner un ejemplo muy básico, en un caso de fiebre, abrigar y calentar al sujeto (como hacían antes todas las abuelas) sería homeopático, mientras que enfriarlo destapándolo o incluso metiéndolo en una bañera con agua a menor temperatura que el cuerpo del febricitante (como han venido recomendando en las últimas décadas muchos pediatras) sería enantiopatía. En el primer caso, el remedio actúa en el mismo sentido que la enfermedad, es decir, calentando y así se ayuda al organismo a alcanzar la temperatura necesaria para combatir su enfermedad, su pathos, remitiendo entonces la fiebre de manera espontánea. El enantiópata, por el contrario, piensa que la fiebre es el hecho a combatir y enfría al paciente para llevarlo a una temperatura normal. Son dos métodos opuestos que responden a un principio, cada uno el suyo. Más tarde hablaremos de la alopatía.

Hahnemann también definió el método isopático, que consiste en tratar una enfermedad, no con remedios que produzcan síntomas semejantes, sino con un remedio idéntico (iso) a dicha enfermedad, tan idéntico, que consiste en un producto obtenido de la propia enfermedad, un nosode. Así, tratar la tuberculosis con tuberculinum o el sarampión con morbillinum, sería isopatía o isoterapia. Sin embargo, si los nosodes se emplean para tratar cualquier estado morboso según la similitud de los síntomas de tal estado con los de la patogenesia del nosode en cuestión, dicho tratamiento será homeopático. Las modernas vacunas (modernas hasta que, hace poco, Moderna y otros inventaron lo que inventaron) producidas a partir de los propios gérmenes supuestamente implicados en las enfermedades, también son tratamientos isopáticos. Asimismo, son tratamientos isopáticos las llamadas vacunas contra la alergia, elaboradas con la (o las) sustancia antigénica que se estima desencadenantes de los episodios. En cuanto a la vacuna de la viruela, Hahnemann la consideraba homeopática porque no estaba fabricada con gérmenes de la propia viruela, sino con los de una enfermedad semejante, la vacuna, un padecimiento de las vacas que producía un exantema semejante al de la viruela. Dejaremos aquí el tema de la isoterapia vacunal y sus implicaciones (teoría del contagio, sistema inmune, teoría del terreno, intereses de la industria, posibles fraudes, etc.), porque abordarlo sería inagotable y, al menos yo, carezco de respuestas solventes a todos los enigmas que el asunto suscita.

La definición hahnemanniana de alopatía es la de un método sin método: de alós (diferente) y pathos (enfermedad). Así pues, el alópata utiliza, para tratar las enfermedades, remedios que, en sus respectivas manifestaciones dinámicas, pueden ser contrarios, semejantes o idénticos a la enfermedad, y lo hace indistintamente, respondiendo, no a un método, no a un principio, sino a cualquiera de ellos, según la “moda” o el protocolo dominante. Eso explica que la escuela alopática cambie sus criterios constantemente y que lo que ayer se consideraba terapéuticamente útil, hoy caiga en el olvido. Así pues, la alopatía es la escuela de los diferentes, el método sin método. Pese a ello, son muchos, algunos homeópatas incluidos, los que están convencidos de que la alopatía es la escuela de los contrarios, que, como acabamos de ver es la enantiopatía o antipatía. El enantiópata, si tal médico existiese en la práctica, utilizaría siempre los medicamentos de acuerdo a la ley de los contrarios. El alópata, utiliza aleatoriamente cualquier método sin tener conciencia de que lo está haciendo. Así, cuando un médico de la escuela oficial utiliza el ácido acetil-salicílico para evitar la agregación plaquetaria y por lo tanto la formación de trombos, está practicando la enantiopatía o medicina de los contrarios, ya que la aspirina, en su acción primaria sobre el organismo, dificulta la agregación plaquetaria; cuando administra digital para una insuficiencia cardíaca, está practicando la homeopatía, porque la digital, en su acción primaria sobre el organismo provoca síntomas semejantes a una insuficiencia cardíaca. Cuando prescribe quinina para tratar el paludismo, también está practicando la homeopatía. Cuando el médico alópata indica vacunas, naturalmente está prescribiendo según el método isopático. De este modo, la alopatía es un sistema terapéutico que utiliza de manera indistinta diferentes (alós) métodos de tratamiento. Esa parece haber sido la intención de Hahnemann al acuñar el término. De todas maneras, es cierto que el médico alópata hace habitualmente más uso de la enantiopatía y la isopatía que de la homeopatía, al menos, nominalmente.

¿Y qué ocurre con nosotros, los homeópatas? ¿Siempre que administramos nuestros globulitos estamos practicando homeopatía? Lamentablemente no es así. A continuación, veremos que los homeópatas utilizan los métodos homeopático, enantiopático e isopático exactamente como lo haría un alópata, pero en dosis pequeñas. ¿Es eso malo? De ninguna manera, siempre que el homeópata sepa lo que está haciendo y, por consiguiente, lo que puede y debe esperar del tratamiento que elija.

Antes hemos visto que, cuando utilizamos los nosodes con criterio clínico, es decir, para tratar la misma enfermedad de la que el nosode proviene, estamos actuando isopáticamente. Con tal tratamiento podemos esperar el alivio e incluso la curación del proceso nominal, pero nunca una mejoría permanente en el estado vital del paciente, que es el objetivo primordial de la homeopatía.

Por el contrario, si el nosode lo utilizamos según la semejanza de los síntomas del paciente con los de la patogenesia del nosode, las cosas cambian: ahora es un remedio homeopático más.

Y refiriéndonos al conjunto de los medicamentos, nosodes o no: Cuando los homeópatas no utilizan sus remedios con criterio isopático, ¿lo hacen siempre de acuerdo con los síntomas de las respectivas patogenesias? La respuesta es no. Existe una forma muy extendida de practicar la homeopatía que es aplicarla con criterio clínico. Esto consiste en hacer el diagnóstico de acuerdo a la escuela oficial y luego, según ciertas indicaciones o protocolos, tratar con remedios preparados según la técnica farmacológica homeopática. Esto comenzó hace mucho tiempo porque los viejos maestros recogían y publicaban sus historias clínicas, tomadas siguiendo el método hahnemanniano, pero reseñaban qué enfermedad nominal había sido la causa de la consulta. Lo hacían para facilitar el camino a los estudiantes, pero a algunos se les ocurrió recopilar y glosar estas indicaciones. Hasta ahí podía estar bien, siempre que el médico no olvidase el método, pero las cosas no quedaron ahí. Las viejas materias médicas clínicas suelen hacer referencia a los síntomas que guiaron al médico a la prescripción, pero poco a poco algunos autores fueron publicando, más que materias médicas clínicas, auténticas guías de prescripción con fórmulas compuestas (pluricismo y complejismo) lo que llevó a la consiguiente fabricación de productos farmacéuticos “antitusígenos” o “antidiarreicos”, “antiestrés”, etc., que nada tienen que ver con la homeopatía, aunque en la etiqueta se pueda leer “homeopático”. Hay médicos “homeópatas” que prescriben estas cosas.

Se necesitaría un gran libro para explicar todo ese deterioro de la homeopatía, que viene de muy antiguo y que a lo largo de su triste historia ha dado lugar a diferentes escuelitas inspiradas en criterios sobre todo comerciales. Siendo el tema tan extenso, lo dejaré para muchísimo más adelante.

Nos ocuparemos ahora de la prescripción realizada según la semejanza entre los síntomas de la enfermedad (el paciente que tiene la enfermedad) y los de la patogenesia del remedio que se prescribe. Y aquí parece pertinente preguntar una vez más: ¿Siempre que administramos los remedios homeopáticos según la semejanza entre la enfermedad (el paciente que tiene la enfermedad) y la patogenesia del remedio que se prescribe estamos haciendo homeopatía? Una vez más habéis acertado: la respuesta es no.

Toda situación morbosa tiene dos aspectos: los síntomas producidos por el impacto de la noxa sobre el organismo vivo (la enfermedad propiamente dicha) y los síntomas con los que el organismo reacciona contra la enfermedad. Los primeros se conocen como síntomas primarios y son aquellos síntomas ante los que el organismo se comporta como sujeto pasivo. Tienen que ver con la causa de la enfermedad y con la idiosincrasia del sujeto, con su forma de percibir (de experimentar, de vivir, de procesar) ese ataque. Por otra parte, encontramos los síntomas reactivos, que manifiestan la respuesta del organismo ante la agresión y tienen que ver con los procesos fisiopatológicos naturales. Pero, al darse todos estos síntomas en un sujeto concreto, es muy común que se mezclen y que, incluso esas respuestas defensivas que se producen según ciertos mecanismos fisiopatológicos tasados, se tiñan, por así decir, de la idiosincrasia del sujeto. A estos los llamamos síntomas modalizados.

Pues bien, la enfermedad propiamente dicha, “lo digno de curar” en palabras de Hahnemann, es precisamente ese conjunto de síntomas primarios que constituyen y expresan el padecimiento original del sujeto. “Curar” los síntomas reactivos, es decir, aquellos síntomas que se están oponiendo a la enfermedad, carece por completo de sentido. Si eliminamos los síntomas defensivos, por insuficientes que puedan llegar a ser un en caso dado, significa dejar al organismo en peor situación. Podemos aliviar momentáneamente, pero el síntoma eliminado volverá una y otra vez hasta que el caso se haya resuelto. Esto se observa muy bien en los casos agudos: un antipirético (ahora utilizan antiinflamatorios para este fin) puede bajar a fiebre, pero volverá a subir una y otra vez hasta que el caso esté resuelto. El antipirético obra como un paliativo de la fiebre, lo habitual en la enantiopatía.

Pues bien, cuando un homeópata prescribe teniendo en cuenta única o principalmente los síntomas reactivos, y prescribe con acierto, el resultado será un tratamiento enantiopático o paliativo: estará “curando” (paliando) la reacción contra la enfermedad. El medicamento que prescribe será semejante a los síntomas reactivos, es decir, contrario a los síntomas primarios, a la verdadera enfermedad. Si prescribe teniendo en cuenta tan solo los síntomas primarios, y prescribe con acierto, el resultad será un tratamiento homeopático.

Afortunadamente, como acabo de indicar, puesto que todo el proceso de la enfermedad transcurre en un solo sujeto, la idiosincrasia del mismo impregna a menudo los síntomas secundarios, dando como resultado los síntomas modalizados. Estos son de la mayor utilidad en la búsqueda del remedio homeopático, muy especialmente en casos agudos, en los que la reacción se manifiesta al mismo tiempo y aún antes que los síntomas primarios. Estos síntomas deben pesar en la decisión terapéutica en la medida en que, al participar de la idiosincrasia del sujeto, nos hablan de su sufrimiento. Si el homeópata pretende hacer una prescripción homeopática, debería huir de los síntomas reactivos puros, sin modalizar, así como de los síntomas secundarios a un mecanismo reactivo, como, por ejemplo, el dolor secundario a una inflamación, salvo que esté bien modalizado. De esta manera vemos cómo los dos métodos (entonces no se conocía la isopatía, ni por supuesto la alopatía, esa simpática invención de Hahnemann) establecidos por Hipócrates para la medicina, a saber, similia similibus y contraria contrariis, están muy próximos el uno al otro: todo depende del grupo de síntomas que elijamos para prescribir. Conviene saber qué método quiere uno aplicar y saber qué puede esperar de cada método. Y cuándo utilizarlo.

Desde homeopatía online, quiero enviar un afectuoso saludo a todos los compañeros, y muy en especial a los que aún siguen esforzándose por hacer honor a este maravilloso método en la práctica clínica y en la difusión a pesar de las tremendas dificultades que soportamos.

Doctor Emilio Morales


[1] Aunque fue Hipócrates quien mencionó por primera vez los métodos de los similares y los contrarios, le tocó a Hahnemann desarrollar completamente el método de los similares (homeopatía) y a su vez dejó una clasificación y descripción de los distintos métodos (homeopático, enantiopático, alopático e isopático).

La enfermedad como sufrimiento

Quisiera reunir aquí algunas ideas heterogéneas a propósito de la enfermedad considerada como sufrimiento con el fin de proponer una serie de cuestiones que se pueden resumir fundamentalmente en dos, a saber, en qué consiste el sufrimiento y qué actitudes resultan adecuadas frente a esa realidad. Nos estaremos refiriendo constantemente al sufrimiento vinculado a la enfermedad, aunque en ocasiones resulte difícil deslindarlo de otros tipos de sufrimiento.

CARTA ABIERTA A UN COLEGIADO DE A PIE

Querido compañero, me cuesta trabajo creer que seas enemigo de la homeopatía. Ignoro si la consideras, como yo lo hago, un excelente método terapéutico o si, no habiéndola practicado, admites, como verdadero escéptico, los hechos propios de la misma a la espera de su más evidente confirmación o de la definitiva demostración de todo lo contrario. En cualquiera de los dos casos, me inclino a considerar que estás de mi parte: yo también soy un escéptico. Considérame a mí de la tuya, ya que, al igual que tú, soy médico y no inquisidor.

En la confianza de lo anterior, me permito dirigirme a ti para encarecer los vínculos que deben unir a los médicos, al menos como yo los he entendido siempre desde mi experiencia como médico, hijo y hermano de médicos, padre de médicos, primo y sobrino de médicos, por no mencionar vínculos familiares de tercer grado. En mi familia, en tres generaciones, siempre ha habido al menos ocho o diez médicos en activo.

Así que, aunque mi experiencia como médico es más reciente, la que poseo en el mundo de la medicina es tan larga como mi edad. Desde que nací quedé constituido, por así decir, en un “observatorio” de la praxis médica. Y lo que pude observar es que la praxis de un médico y su vida constituyen realidades casi indiscernibles. En esta línea pude observar cómo se trataban los médicos entre ellos, la fraternidad que se profesaban. ¿Y qué decir de la atención médica que se prestaban unos médicos a otros? Se trataban exactamente como hermanos, con un cuidado y una prudencia irreprochables. Y es que el médico, ante la enfermedad, es más vulnerable que el resto de los mortales porque sabe, más que el resto, lo que se juega y puede ponerse en lo peor: por eso necesita contar con el apoyo incondicional de sus compañeros. Y así era entonces. No quiero que me interpretes mal: no estoy idealizando aquellos tiempos bajo el tul de la nostalgia, no. Ya desde mi infancia supe que había médicos antipáticos e insolidarios, médicos corruptos y egoístas. Los ha habido siempre, como en todas las profesiones, y mi padre nunca me ocultó esa realidad. Pero había mucho médicos honestos, sabios y cariñosos que se trataban entre sí como hermanos y a los pacientes con verdadero afecto y dedicación. Tanto en lo cotidiano como en lo profesional, los médicos se cuidaban unos a otros. Era para sentirse orgulloso. Así fueron las cosas durante mucho tiempo.

En algún momento, todo aquello cambió: de pronto, en lugar de la antigua deferencia, si un médico llega a un hospital como enfermo o como acompañante es un número más; no recibe, en general, ningún signo de aprecio y, en ocasiones, es mirado con recelo precisamente por ser médico. Podría ser únicamente una sensación mía si no fuese porque la he contrastado con otros compañeros. Sin duda, entre los médicos actuales los hay honestos y sabios, pero cariñosos, muy pocos.

¿Y los colegios profesionales? Siempre consideré que eran algo parecido al hogar de los médicos. A menudo iba con mi padre al de Huelva cuando tenía que resolver algún problema y lo veía desenvolverse allí con confianza, ser atendido en sus problemas y necesidades, encontrarse con colegas que lo saludaban amablemente. Por cierto, esto seguía siendo así cuando yo me colegié y pensé, ingenuamente, que sería siempre de la misma manera: el colegio protegía al médico, lo ayudaba en su praxis, resolvía problemas administrativos relacionados con la profesión y, sobre todo, era la casa común. Daba igual si estábamos o no de acuerdo en las terapias a utilizar: el colegio era de todos, lo pagábamos entre todos y todos teníamos exactamente los mismos derechos.

Pero de pronto se desencadenó la caza de brujas contra la práctica médica “no convencional”, caza que obedece a fines a todas luces distintos a la medicina. Y los colegios de médicos han cedido a la presión de estos pseudoescépticos que se hacen llamar científicos (aunque les cuadra mejor el apelativo de cientifistas) y que en su mayoría tampoco son médicos. Los colegios, es decir, las directivas de los colegios, han arrinconado a los médicos no convencionales, en particular a los homeópatas. La primera vez que me lo dijeron, no lo creí: sencillamente es increíble. Pero era cierto.

Tengo mis dudas sobre la legalidad de las decisiones discriminatorias que se están adoptando con a los homeópatas, así como de la legitimidad del famoso observatorio contra las pseudociencias, etc., en el que no figuran expertos en ninguna de las disciplinas terapéuticas no convencionales. Da la impresión de que, de antemano, todo lo relacionado con las mismas será considerado mala praxis. así pues, ¿para qué se necesitan expertos? Compañero, ¿esto te parece justo?

Si, como médico convencional, quieres saber algo sobre la homeopatía puedes preguntarle a los que saben de homeopatía: los médicos homeópatas. Entonces podremos hablarte de las evidencias clínicas, sopesar el significado de “evidencia científica” y su pretendido valor como prueba absoluta, tratar de vislumbrar la relación entre la llamada evidencia científica y la ciencia, así como entre la ciencia y la realidad en su conjunto, conceptos básicos, coloquiales, nada complicados, que cualquiera puede entender. Si quieres, claro. Y si has llegado leyendo hasta aquí, imagino que quieres; si has llegado hasta aquí, admitiendo el tuteo y la confianza, seguramente no eres uno de esos médicos que declaran, con ostensible estiramiento de fibras emocionales, que ellos no son de ninguna manera “compañeros” de un homeópata. Si es como imagino y tienes curiosidad por saber algo de homeopatía, pregúntanos a los médicos homeópatas, tus colegas, y no a los tuiteros. Pregunta a los prácticos. No todos somos tontos. Ni mentirosos. Eso sería imposible. Y estaremos encantados de contestar a tus preguntas.

Pero, mientras preguntas, te pido que seas consciente de que los colegios están dando la espalda a un grupo de compañeros, de colegas, de médicos que pagan sus cuotas colegiales lo mismo que todos los demás y que las vienen pagando desde hace décadas. El Colegio, que debe proteger a los médicos en su vertiente profesional, nos ha vendido a los pseudoescépticos: unos ignorantes que se adornan con la pátina de la ciencia sin saber siquiera lo que significa esa palabra. Los colegios nos han dado la espalda en lugar de cumplir con su deber y apoyarnos. ¿Mala praxis? Hablad con los pacientes. ¿Pseudociencia? ¿Qué viene a ser eso?

Compañero, la demolición de la homeopatía sólo beneficiará a las multinacionales farmacéuticas (alós u hómeos) que harán con los restos del método el negocio del siglo, vendiendo remedios para todo uso en mercadillos y supermercados. Pretenden aprovechar el pábulo que la buena praxis homeopática de los últimos cuarenta años ha dejado. España es el comienzo, tal vez la presa que han considerado más fácil: seguirán otros países. Los colegios de médicos no deberían secundarlos.

Hay numerosos ejemplos de cómo la decisión de un solo hombre cambió el curso de la historia. Por eso, te pido que nos ayudes. Te pido que nos devuelvas el sitio que nos corresponde en los colegios. Te pido que nos defiendas, porque al defendernos defiendes también la dignidad de la profesión en su conjunto. No dejo de preguntarme la razón de que algunos médicos con cargos de responsabilidad en la O.M.C. se vuelvan contra la nosotros. Son médicos que no conocen la homeopatía por lo que difícilmente pueden tener una opinión autorizada sobre la misma. Ignoran con olímpico desprecio la creciente cantidad de evidencias científicas que se acumulan a nuestro favor. También ignoran, pero esto es ya clásico, la apabullante evidencia clínica acumulada a lo largo de más de dos siglos por decenas o centenares de miles de médicos y millones de pacientes. Para ellos todo es mentira o ingenuidad porque han decidido que “es imposible” que la homeopatía funcione. ¿Y las curaciones? Esas se deben al efecto placebo, dicen, y olvidan explicar por qué los casos que se curan con homeopatía no obtienen el mismo resultado con el tratamiento convencional: ¿no es acaso el efecto placebo un efecto transversal? Decía que no entiendo las razones de que estos colegas se vuelvan contra nosotros, pero en realidad debí decir que no hay razones para que lo hagan, al menos razones lógicas.

Cuando, hace unos años, los twiteros pseudoescépticos se dieron cuenta de que atacándonos a los homeópatas no iban a conseguir gran cosa, añadieron a su estrategia el acoso a las instituciones. Su primer acto en este sentido fue escribir a las universidades para exigir que se nos excluyera de las mismas. Apabullaban y amenazaban a las autoridades académicas. Y las autoridades universitarias, al verse así expuestas, probablemente se asustaron. Y muchas fueron cediendo. Después les llegó el turno a los colegios profesionales. ¿También se asustaron los médicos? En cualquier caso, abrieron la puerta a los twiteros de la “pseudociencia” y nos dejaron a los pies de los caballos. Y ahí seguimos.

Hace poco recibí en mi consulta a un paciente.

“He estado dudando algún tiempo sobre si acudir a la homeopatía o no. ¿Sabe lo que me ha decidido a venir?”

Le dije que no, naturalmente.

“Pues lo que me ha decidido es la campaña contra la homeopatía. No se esforzarían tanto ni gastarían tanto dinero si la homeopatía no sirviese de nada.”

Me agradó la perspicacia de aquel hombre. Pero me llama mucho más la atención la falta de perspicacia de ciertos médicos que asumen sin hacerse preguntas el eslogan comercial de los twiteros, a saber, “no existe evidencia científica”. Lo cierto es que sí existe, pero eso da igual. Y en todo caso, no se paran a pensar que lo que ellos llaman “evidencia científica” se circunscribe al resultado de los ensayos clínicos fase III, controlados en general por los laboratorios farmacéuticos y sobre los que tanto habría que hablar. Sin ir más lejos, esa prueba fue superada por todos aquellos medicamentos que, en Estados Unidos, constituyen la tercera causa directa de muerte. No es para tomarlo a broma. Últimamente se tiende a decir que no son los medicamentos sino el mal uso que se hace de los mismos. El dedo acusador apunta ahora a los médicos. ¿Quién maneja esa información? En todo caso, la ciencia no termina en los ensayos clínicos a doble ciego: hay más ciencia. Y la realidad no termina en la ciencia: hay más realidad.

En esta situación no hay honor ni dignidad para nadie dentro de la profesión médica. ¿Qué podemos hacer? ¿Qué puedes hacer tú, estimado compañero médico de a pie, es decir, médico, para contribuir a que nuestra profesión no pase por la vergüenza de contemplar cómo las instituciones colegiales, atendiendo a intereses que nada tienen que ver con el cuidado de los enfermos (nuestra única razón de ser) excluyen injustamente y traicionan a un grupo de compañeros con tanto que ofrecer a médicos y a pacientes?

Doctor Emilio Morales

Autocuración y placebo

Hace unos días, Marino Rodrigo planteó en este blog la necesidad, la conveniencia, de discutir todos los aspectos de nuestro método con el fin, quiero creer, de clarificar los puntos más oscuros y eventualmente establecer un punto de vista común. Esta entrada podría servir de inicio al necesario debate que pide Marino. Podría, digo. Sin embargo, mucho me temo que, una vez más, la mayor parte de los homeópatas decidirá abstenerse de tales excesos. Los no médicos están invitados a participar, por supuesto. Sigue leyendo