Cada medicamento requiere un modo de aproximación. No olvidemos que incurrimos en los tres reinos de la Naturaleza, y eso sin contar las substancias fabricadas o manipuladas por el hombre.
A veces nos encontramos ante remedios cuya patogenesia es tan exigua que apenas nos permite un atisbo de comprensión del tipo de persona, o más bien del tipo de sufrimiento, que podría asemejarse a aquel cuadro. Lo contrario no es mejor: un exceso de síntomas patogenéticos puede sumirnos en un estado de confusión más grave aún, haciendo bueno el proverbio moderno de que demasiada información es tan indeseable como demasiado poca. Esto es lo que ocurre con sulphur. No en vano Hahnemann lo equiparó a la, para él, madre de las enfermedades (la psora). No en vano se trata del medicamento más antiguo del que se tiene noticia. No en vano ha sido empleado por la vieja escuela para curar prácticamente cualquier cosa, desde la fiebre a la locura. No en vano algunos homeópatas lo prescriben rutinariamente cuando no saben qué recetar, o bien por norma al comienzo de un tratamiento alegando que “algo hará”. No en vano todos los homeópatas nos encontramos tan a menudo en la situación de recetarlo. Así sulphur abarca tanto que resulta difícil abarcarlo a él.