Autor: Constancio Moreno Bartolomé
Título: Ley preventiva y curativa de desmaterialización de lo patógeno. Edición del autor. Fecha: 1951. Número de páginas: 139.
Autor: Constancio Moreno Bartolomé
Título: No pierdas vida y no enfermarás y medicina homeopática y vacunante. Editorial: E.C.E.S.A. Fecha: 1973. Número de páginas: 176.
Después de la guerra civil española, la homeopatía prácticamente desapareció. Tan sólo unos pocos de los viejos homeópatas de la preguerra siguieron dando testimonio con su práctica, a menudo muy alejada de los fundamentos clásicos del método. Apenas se escribieron libros, no hubo enseñanza institucional y, si exceptuamos la excelente labor que en los años setenta llevó a cabo el doctor Peiró desde Barcelona, tampoco hubo difusión privada de la homeopatía.
En este panorama desolador trabajó y escribió su obra don Constancio Moreno Bartolomé, un médico tan original que resultaba chocante. Vivía en Sevilla, en el emblemático barrio de Santa Cruz y su extraña figura llegó a formar parte, en mi juventud, del paisaje urbano. Vestía como un mendigo. Según decían, a causa de una promesa. Su rostro, muy moreno porque tomaba el sol a diario hacía destacar aún más su barba rala y descuidada, de un blanco amarillento. Parecía sonreír para sus adentros como quien posee un secreto que nadie más conoce. Contaban que sólo cambiaba su aspecto el día de Jueves Santo. Entonces se aseaba y se vestía hasta el punto de la trasfiguración y, de esta guisa, acompañaba la procesión de algún renombrado Cristo. Pero el resto del año su aliño dejaba bastante que desear y en cierta ocasión motivó que lo expulsaran colegio de médicos, mediando, pues todo hay que decirlo, el exacerbado celo de un portero inadvertido.
Tuve la oportunidad de conocerlo personalmente cuando acompañé a un familiar que fue a su consulta. Supuestamente, manejaba una especie de diagnóstico por el pulso que, al menos en esa fecha, debía de ser uno de sus principales recursos. Recuerdo sus ojos vivaces y esa especie de sonrisa interior que ya he mencionado. Mientras le tomaba el pulso a mi familiar, mascullaba algunas palabras entre las que pude entender “tuberculosis…sífilis”. Después de esto y antes de pasar a la prescripción, informó al paciente de que si seguía su tratamiento moriría cuando Dios quisiera, pero que si no lo hacía moriría muy pronto. El lugar en el que estábamos, su consulta, era tan original como él mismo: una habitación en uno de cuyos rincones había una vieja mesa de comedor destartalada y dos sillas igualmente viejas e inestables en una de las cuales se sentó él, aunque no permaneció allí ni dos minutos a lo largo de toda la consulta, y en otra el paciente. Nos contó algunas cosas de su vida, especialmente que había sido profesor ayudante o adjunto en una facultad de medicina, Zaragoza si no recuerdo mal, y nos hizo mirar una especie de diploma, lo único que adornaba la pared, en donde constaba tal desempeño.
Después de eso, hizo la prescripción aprovechando el reverso de una hoja arrancada de un almanaque publicitario, en cuyo anverso figuraba un anuncio de leche “Sam”. Los glóbulos, los facilitó él mismo. También nos vendió un ejemplar de su obra La voz del silencio…, en el que estampó su elaborada firma.
Mi familiar comenzó el tratamiento, que constaba de varios remedios para tomar a diario. Tres días más tarde había empeorado, de manera que decidió abandonarlo definitivamente. Vivió, a Dios gracias, muchos años más; de hecho, vivió hasta que Dios quiso. Dejo a criterio del lector el decidir si había hecho o no el tratamiento de don Constancio.
Por entonces yo estaba en segundo año de medicina y aún me quedaban muchos zarandeos antes siquiera de decidir si quería ser médico. La figura de don Constancio me interesó, pero más bien de un modo literario. Mi vocación homeopática habría de esperar algunos años más. Por más que lo intento no puedo recordar si en aquella ocasión alguien mencionó la palabra homeopatía o si yo supe en algún momento que el extraño personaje que tenía ante mí era un homeópata.
Más tarde sí. Aunque nunca volví a verlo, mucho después supe de él a través de terceras personas, a menudo pacientes que lo conocían. Vivió muchos años y tras su muerte me las arreglé para contactar con uno de sus herederos. Por aquél entonces todavía era difícil acceder a los libros de homeopatía y mi intención era conseguir que me vendiese sus libros. “¿Qué le interesa?” me preguntó el hombre; “Los libros de homeopatía”, respondí; “¿De homeopatía?, no hay nada de homeopatía. Sólo vidas de santos.” Y es que don Constancio era un hombre muy religioso. Me enteré entonces de que había ido vendiendo todo lo que tenía algún valor, incluyendo sus libros de homeopatía, para hacer obras de caridad; el mismo destino tuvo la mayor parte del dinero que ganaba como médico.
Nunca se casó ni tuvo hijos, y esto seguramente facilitó su decisión espartana de dedicarse a los demás.
¿Por qué cuento estas cosas? Porque son necesarias para entender sus libros, porque le dan coherencia y veracidad a su obra y es la única forma de evitar una prematura frivolización a causa de su extraña manera de escribir. Así, detrás de lo patético encontramos lo humano: un hombre movido por la misericordia y el amor a los otros. Todo ello originado en una promesa hecha como pago de una falta. Pero no es el momento de hablar de eso.
Don Constancio llevó su sentido religioso a la práctica de la medicina. Para él, al igual que para Hahnemann, la homeopatía es una forma de la misericordia divina que, con la ley de los semejantes, proporciona al hombre la posibilidad de curarse y evitar el sufrimiento. Comportamiento moral, interiorización espiritual y amor al prójimo son las virtudes que practicó y que encarece a todo aquél que quiera estar sano. Sin olvidar, por supuesto, una vida sana (crudivorismo, sol, agua, ejercicio) y un adecuado tratamiento homeopático.
Que yo sepa, publicó tres libros: Verdadera vida y doctrina homeopática o Ley natural de los semejantes (1935), Ley preventiva y curativa de desmaterialización de lo patógeno (1951) y La voz del silencio. No pierdas vida y no enfermarás y medicina homeopática y vacunante (1973). De éstos sólo he tenido acceso a los dos últimos. El último, es decir La voz del silencio… contiene la mayor parte del texto de Ley preventiva y curativa…, precedido por un capítulo dedicado a la higiene vital (vegetarismo y crudivorismo) y seguido por un breve capítulo en verso que trata mayormente sobre higiene natural, otro dedicado a casos clínicos y por una segunda parte titulada A la sagrada familia, escrita en verso y de contenido más bien religioso o espiritual aunque con algunas referencias a la praxis médica, como lo que sigue (p. 160), que transcribo respetando la tipografía:
“SUFRIDO ALEGRE VIVIR LLEGA AMANDO MAS
DE LO CONOCIDO A LO DESCONOCIDO
DESPERTANDO A LA INMORTAL SABIDURIA
DESDE DORMIDA TRISTE IGNORANCIA INSTINTIVA
A DESINTERESADA VIDA DE CARIDAD
QUE PODEMOS CAER Y ESTA VIRTUD NOS CAUTIVA
AGRADECIDOS CON ENTREGADA ALEGRIA
DE AUXILIAR SIN MERECER EMBELLECIDO
CURAR PROPIO DOLOR CURANDO A LOS DEMAS”.
Y ya que he dado una muestra de la poesía de don Constancio, no estará de más hacer lo propio con su prosa:
“El natural diagnóstico medicina, se completa felizmente por toda la eternidad vivificante riqueza mediadora de lo mental y corporal o remediadora de nuestra antinatural muerta vida terrestre, con mi humilde descubrimiento natural, no lo debilitado solamente, sino lo necesario y obligatorio inocente desmaterializado, desmaterializa inocente su materia o la materia patógena desmaterializada actúa biológica relacionalmente de preventivo y curativo inocente contraveneno de ella misma o contrariamente a concentrada y por tanto….” (La voz del silencio…., p. 46).
“La Propiedad contraria, para que prevenga y cure en el Similibus segura e inocentemente, tiene que ser hija, no sólo debilitada, sino Desmaterializada del Patógeno Semejante o del Igual.
Este es mi humilde descubrimiento que luminosamente aclara desde ahora la hasta ahora eterna oscuridad de las múltiples hipótesis reinantes y completa exacta y eternamente su aplicación y enseñanza”. (Ley preventiva y curativa… pp. 29 y 30).
No hay que dejarse engañar por las apariencias: pese a lo peculiar y hermético de su estilo, don Constancio era un auténtico homeópata. Sus observaciones no carecen de interés, ni mucho menos. Por ejemplo, haciendo referencia al último de los textos citados, observó que los contrarios dinamizados y desmaterializados tienen acción terapéutica. De hecho ésa fue también una de las importantes observaciones de Masi Elizalde, si bien Masi la interpretó de distinto modo.
En otro orden de cosas, observó el parecido entre los frutos de la digital y la víscera cardiaca, observación que, aunque anecdótica, tiene su valor porque contribuye a refrendar la enigmática ley de las signaturas, que no es ni mucho menos homeopatía, pero cuya consideración merecería estudios de gran alcance.
En fin, un autor original cuya obra merece una mirada, no sólo desde el punto de vista de la homeopatía sino también y muy especialmente desde el de la antropología y la filosofía médicas.
Doctor Emilio Morales
Este señor fue medico toda mi familia, curando cosas que la medicina tradicional no conseguía. Personalmente me curo una hepatitis de las muy malas, y que a la fecha después e mas de 50 años no me he resentido para nada.
Buen medico, caballero, y sobre todo HUMANO, no lo olvidare nunca