Ahora que los frutos de la campaña contra la homeopatía son tan evidentes que nadie los puede negar, ahora que el método homeopático ortodoxo está en peligro de desaparecer y ser sustituido por una homeopatía de mercachifles, me da por recordar cómo hemos llegado a esto, qué errores cometimos. Uno de ellos, tal vez el más importante, ha sido la ingenuidad. Conscientes de las excelencias de la homeopatía, no podíamos imaginar que nada ni nadie pudiese convencer a la gente de lo contrario, hacerles tragar una mentira, rebatir lo evidente, a saber, las curaciones homeopáticas. En esa confianza vivíamos. El buen paño, en el arca se vende. O cosa por el estilo.
Durante una época hubo muchos debates en los medios en los que alópatas y homeópatas discutían sobre el tema. También, programas “informativos” sobre nuestro método. La bola de hierro de la demolición ya golpeaba los muros de la homeopatía y no nos dábamos ni cuenta.
De entre todos los programas que socavaron la homeopatía ante la opinión pública, recuerdo uno que me parece paradigmático: el que nos ofreció Canal Sur TV la noche del 22 de noviembre de 2016. Aquella misma noche, escribí las reflexiones que siguen. Por algún motivo, no las publiqué entonces. Hoy tampoco servirán de mucho, pero ahí van.
Para tener al público “informado” a propósito de nuestro método, Canal Sur entrevistó a un veterinario alopático, un cabrero, un recolector de plantas medicinales, varios fisioterapeutas, algunos pacientes que pasaban por allí y que jamás habían oído hablar de la homeopatía y otros. También, eso sí, algún médico homeópata. Para alguien que no supiese nada de homeopatía, ha debido resultar de lo más instructivo. Lo curioso es que, en general, muchos de los que no conocen la homeopatía se erigen cómodamente en jueces de la misma, descalificándola con un sencillo “no está demostrado científicamente”. Esa cantinela ya la conocemos y es de un patético reduccionismo, amén de falsa. Porque precisamente sí que está científicamente demostrado. Pero, además, lo importante en un método terapéutico no es que algún experimento demuestre su eficacia, sino que la experiencia continuada la demuestre. Es decir, que funcione. Y la homeopatía funciona, eso está fuera de toda duda. Por otra parte, no se puede aplicar el mismo criterio a una molécula nueva (que puede causar estragos en la salud de los pacientes), que a remedios que se vienen usando desde hace doscientos años, ya que tanto su inocuidad como su eficacia están archicomprobadas por la experiencia clínica. Pero como he dicho más arriba, los medicamentos homeopáticos también fueron sometidos a esas pruebas presuntamente científicas que alaban los nuevos trovadores de la ciencia y salieron airosos. Igual o más que los remedios alopáticos. ¿Y cuántos de esos medicamentos alopáticos que en su día demostraron su eficacia e inocuidad tuvieron que ser retirados del mercado años más tarde a causa de sus efectos secundarios?; ¿cuántos, sencillamente, no producen los resultados esperados? Por eso, por mucho que podamos aceptar la experimentación clínica como una garantía más de la eficacia de un remedio, la evidencia clínica, la del día a día testimoniada por médicos y pacientes, es la que tiene garantía total a la hora de evaluar una acción terapéutica. Pero he aquí que esta evidencia se menosprecia. Por más que sea repetida y universal. El control de la verdad queda reservado a aquéllos que tienen capacidad económica para afrontar los gastos que conlleva la investigación clínica, a saber, con algunas excepciones, la industria farmacéutica. Los demás, confían y repiten con delectación su jaculatoria preferida: “demostrado científicamente” (sí o no, claro). En fin, todo esto es un dislate. En cierto modo me recuerda a los baremos que se exigen a los médicos a la hora de conseguir una plaza, de promocionar, etc. Se les pide el número de publicaciones, los años trabajados, los congresos a los que han asistido y cosas por el estilo. ¡Jamás el número de pacientes que han curado! Es como si a un torero se le concediesen orejas por escribir artículos en revistas taurinas.
Pero volvamos al programa de Canal Sur televisión. A renglón seguido del reportaje “informativo” sobre nuestro método, asistimos a un lamentable debate entre un homeópata y una alópata. Si aquello hubiera sido un partido de fútbol yo diría que el homeópata marcó diez goles y la alópata ninguno. Eso sí, el homeópata los marcó en propia puerta. No culpo totalmente al homeópata de tan desastroso resultado. Si de algo se le puede culpar, aparte del hecho de no haber estado muy fino, es de haber ido a un debate sin informarse previamente del formato. Sí, el formato. Estamos cansados de ver una y otra vez lo mismo en programas de televisión: nos presentan uno o varios homeópatas y uno o varios alópatas. Todos son médicos prácticos. Le preguntan al homeópata y éste pretende hablar de sus conocimientos y de su experiencia (de lo único que realmente puede hablar con autoridad una persona). Diga lo que diga el homeópata, el alópata invoca la ciencia (el alópata, un médico práctico, no un científico) diciendo invariablemente: “Eso no está demostrado científicamente”. Y aquello se convierte un diálogo para besugos. “Demuéstremelo científicamente”, dice el alópata. Ya me dirán ustedes qué demostración científica requiere la experiencia de un médico. Así que es imposible hablar de homeopatía, hablar de medicina, en suma, que es lo que al público le interesa: los testimonios encontrados de dos profesionales, uno de los cuales practica la homeopatía y otro la alopatía. Eso, en definitiva, no sirve para nada. Lo único que importa es la “demostración científica”. Para que un debate así cundiera habría que llevar al programa científicos con opiniones opuestas. Pero científicos, no médicos.
Sin embargo, en otras ocasiones, el médico homeópata va preparado para la ocasión: presenta investigaciones de laboratorio y también los casos de experimentación clínica en los que “con los parámetros de la ciencia” se demuestran la acción y la eficacia de la homeopatía. ¿Creen ustedes que eso sirve para algo? El alópata de turno sigue negando el testimonio, las pruebas, los documentos y lo que haga falta. No le valen al alópata la mención a clínicos relevantes, a premios Nobel o a investigadores de primer nivel. No le sirve la abundancia de documentos. No le impresionan los matices a propósito de la idoneidad o no de los diseños experimentales de los remedios homeopáticos. Todo lo menosprecia, aunque lo diga el mismísimo Papa de Roma. Para los detractores de la homeopatía, sólo está “científicamente demostrado” lo que a ellos les place. ¡Oh mentes privilegiadas! Nos piden demostraciones científicas que jamás aceptarán. Ellos, en cambio, nada tienen que demostrar. Están tocados por el espíritu de la ciencia. Satisfechos con su infalible sabiduría, se sienten a salvo de toda crítica. Ni siquiera cuando alguien les recuerda que la tercera causa de muerte en Estados Unidos (cabe suponer que algo parecido ocurre en nuestro país) vienen a ser los medicamentos alopáticos o, lo que es peor, el mal uso que de los mismos hacen los médicos. Ante tamañas cosas se quedan impertérritos. Absortos en el éxtasis de su propia sabiduría. Pequeño o gran satori, digo yo. Envidia me dan. Imaginaos que alguien dijera eso mismo de los medicamentos homeopáticos. O de los homeópatas. Pero nuestros detractores ni siquiera acusan el golpe. Porque, después de todo, ¿qué más da?, ¿qué importancia tiene que los medicamentos alopáticos maten a la gente? De algo hay que morir, ¿no? Y puestos a elegir, más vale morirse a causa de un medicamento científicamente comprobado que hacerlo de cualquier manera.
Pero quería glosar, siquiera fuese por encima, el debate de Canal Sur. La única vez que el homeópata encaminó un argumento válido, a saber, la repetida evidencia clínica testimoniada por médicos y pacientes a lo largo de más de dos siglos, la alópata, sin despeinarse, le dijo que eso no tenía ningún valor y él, dócil a tan irrefutable argumentación, abandonó el tema para volver a meterse en quién sabe qué impracticable jardín. Ella estaba encantada, eso se veía a leguas. Tan encantaba estada, que llegó a admitir que si se[1] demostraba “científicamente” la eficacia de la homeopatía, “ella” no dudaría en practicarla, para lo cual antes se prepararía. Quedó de manifiesto pues que no estaba preparada en homeopatía, pese a lo cual concurrió al debate. Quedó de manifiesto asimismo que estaba sobradamente preparada para un debate. Como quedó de manifiesto que el homeópata no lo estaba. Para el caso, daba igual porque allí no se habló de homeopatía.
Tengo la impresión de que lo que el público espera de un debate entre médicos es que se hable de medicina. Que aporten sus testimonios, sus experiencias, su modo de ver la enfermedad y la curación. Limitar un debate a la consabida jaculatoria de está (o no está) científicamente demostrado es inmensamente empobrecedor. Ahora voy a lo del primo de zumosol. Este primo fuerte y protector es la industria farmacéutica, responsable de la mayor parte de los ensayos clínicos, que se efectúan siguiendo un protocolo determinado, protocolo que se pretende rigurosamente científico, pese a lo cual se da el caso de que algunos medicamentos que han pasado este riguroso control científico han tenido luego que ser retirados por sus efectos secundarios o se han mostrado bastante ineficaces en la práctica. Claro que nadie es infalible, ni siquiera la industria farmacéutica, como es natural. Así que cuando nuestros detractores se refieren a la ciencia, en realidad se están refiriendo exclusivamente al control estadístico de resultados terapéuticos por el procedimiento de doble o triple ciego, la mayor parte de los cuales están gestionados y controlados por la industria farmacéutica, su primo de zumosol. ¿Son fiables esos experimentos? Netamente, y hasta cierto punto, lo son. ¿Son infalibles? Decididamente no: la infalibilidad no existe. ¿Pueden tener sesgos? Sin la menor duda. ¿Pueden ser manipulados? Nadie en su sano juicio podría negar tal eventualidad. En general, ¿están estos experimentos adaptados a las necesidades del método homeopático? En general, no. Pese a ello, ¿han demostrado tales experimentos la eficacia de la homeopatía? La han demostrado en diversas ocasiones. ¿Tienen esas demostraciones más valor que doscientos años de evidencia clínica testimoniada por médicos y pacientes de todo el mundo? De ninguna manera. ¿Por qué nuestros detractores se empecinan en menospreciar tan abrumadoras evidencias? ¿Quién organiza los reiterados ataques contra la homeopatía? ¿Por qué lo hacen? ¿Qué ganan con ello? Estas son preguntas para las que aún no tengo respuestas.
Volvamos a la ciencia. La ciencia es mucho más que comprobar la eficacia de unas medicinas. La ciencia tiene como objetivo principal explicar lo que ocurre, determinar las leyes que rigen la realidad física. La ciencia no inventa ni juzga ni sanciona ni se erige en principio de verdad: sólo explica lo que hay. Los barcos flotaban antes de Arquímedes, las manzanas caían antes de Newton, la Tierra giraba antes de Galileo y los triángulos rectángulos mantenían, antes de Pitágoras, su peculiar relación entre catetos e hipotenusa. La homeopatía cura y curaba antes de que Hahnemann descubriese el principio de semejanza y constituyese el método. Aún sigue curando a la espera de que alguien ponga de manifiesto y explique su mecanismo de acción. Eso es lo que hay. A pesar de que algunas mentes privilegiadas lo nieguen en nombre de la ciencia, la ciencia misma no puede negarlo por la sencilla razón de que la ciencia no está para eso, sino para explicar. Y terminará por explicarlo. Mientras tanto, ahí quedan los hechos incuestionables. Pero nuestros detractores no parecen muy receptivos a los hechos. Sólo les convence el primo de zumosol.
Volvamos a la medicina. Decía antes que lo que de verdad le interesa al público en un debate sobre medicina es que los debatientes hablen de lo que conocen. Si son médicos prácticos, deberían hablar de medicina, naturalmente. La ciencia, déjenla para los científicos. Y no, la medicina no es una ciencia. Tal vez se nutre de la ciencia. Tal vez valora sus resultados según un procedimiento supuestamente científico. Pero es una praxis. Y muy interesante, por cierto. Es una praxis que se perpetra a través de la compleja relación entre dos seres humanos en la que uno de ellos pide ayuda y el otro asume la tremenda tarea de procurársela, sabiéndose al mismo tiempo tan vulnerable como él. Mirad si tales experiencias dan juego. El científico trabaja con datos objetivos, fehacientes. ¿Qué haría la ciencia en esa vorágine que se produce en lo más profundo de la praxis médica, donde dos seres humanos buscan afanosamente una salida al sufrimiento de uno de ellos, tal vez de los dos? ¿Cuántas fuerzas se ponen en juego en semejantes ocasiones? Sin duda, en la enfermedad existen parámetros mensurables que la ciencia y la tecnología nos ayudan a conocer con precisión, pero también encontramos miedo, angustia, esperanza, tristeza, decepción, expectativas, alegría y tantos otros registros del alma humana que desbordan ostensiblemente el campo de la ciencia y que tienen tan inmenso poder para alterar, ya sea para bien ya sea para mal, esas lesiones que los médicos, frecuentemente con ayuda de la tecnología, diagnosticamos muy ufanos, en la creencia de que la enfermedad, tan compleja, tan vital, empieza y termina en esas células, humores y tejidos alterados, que en realidad no son sino las últimas consecuencias de la misma.
Claro que el programa que ha dado pie a estas reflexiones no es único. Ya me he referido la campaña que, desde hace varios años y más en los dos últimos, se está produciendo en prensa, radio, televisión y redes sociales contra la homeopatía. No insistiré en ello ni rebatiré aquí ninguna de las opiniones o falsedades vertidas en los distintos medios, básicamente porque se repiten hasta la saciedad. Quien quiera que sea que el orqueste esta campaña seguramente comulga con la frase atribuida al nazi Göbbels, responsable de propaganda del tercer Reich, según la cual “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”. Pero, por mucho que se repita, una mentira no deja de ser una mentira. Quien quiera saber la verdad sobre homeopatía tiene dos únicas posibilidades: probarla o preguntar a quien sepa. ¿Y quién sabe? Los médicos homeópatas y los pacientes de los médicos homeópatas. Los que la niegan sin conocerla son una pésima fuente de información, por muy “científicamente comprobadas” que ellos supongan que están sus vacuas opiniones.
NOTAS
[1] Este impersonal “se” indica claramente que el que lo dice no está dispuesto a tomarse la molestia de ver si aquello funciona, sino que debe ser cualquier otro el que lo demuestre. ¿Quién? Seguramente el primo de zumosol. Hablaremos de él más adelante.
Algunos pacientes, que ya conocemos a D. Emilio de hace ya unos cuantos años, si lo necesitamos acudiremos a las “catacumbas”, a las “cavas”, dónde esté. A él y a sus sacrificados colegas (Dr. M.Jesus, Rodrigo, etc).
Por cierto, les invito a observar la distribución, iluminación, trato ( no es que sea malo), impersonalidad de las farmacias. Qué decir de cientos, o miles de productos previamente anunciados en los medios, precedidos de un marketing agresivo.
Seguiremos.
Gracias, Jesús, por el comentario. Tal vez otro de los errores que hemos cometido los que conocemos la homeopatía como pacientes o como médicos ha sido precisamente el de no decirlo, no participar, no escribir comentarios como el suyo, mientras que los detractores son mucho más activos. Esta pasividad me recuerda la frase atribuida a Edmund Burke: “Para que triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada”. Estamos viendo los resultados.
Muchas gracias Emilio. Y por supuesto, compartido.