Reflexiones doctrinales y metodológicas a propósito de la
Dinámica Miasmática propuesta por Masi Elizalde.
Partiendo de la noción de la envidia, del ilegítimo intento de suplantar la naturaleza divina, como núcleo del pecado original, y admitiendo (otro trabajo sería necesario para mostrar a través de que pautas simbólicas y psíquicas nos está permitido trasladar el relato del primer pecado a nuestra forma habitual de sentir y actuar), admitiendo, digo, que lo que se nos cuenta en el Génesis a este respecto viene a ser a un tiempo la proyección en un remoto horizonte metahistórico (los primeros días de la Creación) de una realidad antropológica y teológica, y por otra parte una descripción fidedigna del hombre en su propio drama (cómo fue y cómo es), me veo obligado a preguntarme de que manera la imagen de un Adán queriendo ser como Dios pueda tener siquiera un mínimo valor explicativo para mi drama existencial de hombre del siglo veinte (veintiuno), puesto que ni acostumbro a comer frutos prohibidos ni mucho menos pretendo ser como Dios.
La respuesta es bien sencilla: mutatis mutandi, es decir ajustando la realidad intemporal del relato bíblico a las condiciones humanas de la actualidad. El hombre individual, minúscula porción de la diáspora adámica, no tiene capacidad, puesto que ello escapa a su comprensión y a su experiencia, para envidiar la totalidad de la naturaleza divina. Como lo ha señalado Masi, se limita a elegir un solo aspecto (un atributo) de la divinidad, y a centrar en él su intento hipertrófico; con todo, el atributo elegido no suele resultar evidente (no al menos en su contenido teológico) sino que está habitualmente camuflado adoptando la forma de un bien temporal, y/o de una pretendida virtud.
Siendo el acto humano el instrumento que por naturaleza posee el hombre para el logro de los fines que se propone, también lo implica en el pecado original, quedando el mecanismo definitivamente afectado por el empeño hipertrófico y sus consecuencias. Lo confirma el hecho de que, popularmente, la expresión “mala acción” sea sinónimo de pecado, o la extendida noción de que seremos juzgados por nuestras acciones. El propio código penal está impregnado en este concepto.
Es importante, en esta línea de argumentación, recordar asimismo que las distintas religiones ponen el énfasis de la accésit personal en el acto humano o, por decirlo más exactamente, en la regeneración del acto humano. Expresiones como “no hacer” o como “sin finalidad ni espíritu de provecho”, son correspondientes orientales del concepto cristiano de la acción desinteresada que queda magistralmente expresado en las sublimes frases de Jesús, tan conocidas como poco practicadas: “buscad primero el reino y lo demás se os dará por añadidura” o “que tu mano izquierda no sepa lo que da tu derecha”. En estos conceptos se encuentra la clave de la verdadera acción moral, no contaminada de la intención hipertrófica que el pecado original simboliza.
Si para las religiones un índice de la saludes el acto moral[1] o no acción (siendo este a su vez un indicativo sensible del verdadero grado de libertad del individuo), cabe esperar un patente compromiso del acto humano en todo individuo enfermo o en cualquier semblanza dinámica de la enfermedad. Y ciertamente en la mayoría de las patogenesias hallamos un impedimento, una traba, una lesión del acto humano en alguna de sus fases, determinando su fracaso y consiguientemente la frustración y el descontento.
Se hace necesario, por tanto, incluir de manera sistemática en la investigación clínica, la búsqueda de la lesión del acto humano, indagando ese terreno con preguntas del tipo: “¿en que actividades encuentra más dificultad?”, “¿qué es lo que le gusta más hacer (o menos)?”, “¿qué es lo que hace mejor?”, “¿qué le gustaría hacer y no puede?”, “¿por que no puede?”
E incluso, si el caso lo exige, preguntas más concretas inspiradas en las circunstancias particulares de cada fase del acto humano, como por ejemplo: “¿suele saber bien lo que desea?”, “una vez que sabe lo que quiere, ¿suele tener la fuerza necesaria para lograrlo?”, “¿acostumbra a desear cosas que le perjudican?” “cuando obtiene lo que desea, ¿está alegre, triste, decepcionado…?” Todo ello (patogenético o clínico) debe ser referido al conjunto del acto humano para su correcta comprensión.
Para mayor facilidad, reproduzco el esquema que nos proporciona el traductor de la Suma de Teología, BAC maior, 1-II, pág. 145.
ACTOS DEL ENTENDIMIENTO PRACTICO ACTOS DE LA VOLUNTAD
ACTOS REFERENTES AL FIN
1-Simple aprehensión del fin (I-II q.8 a.2) 2-Simple volición del fin (ibid.)
3-Juicio que presenta el fin 4-Intención del fin (id. a.7-8)
como asequible (Sent.2 d.38 q.1
a.3; I-II q.12 a.6)
ACTOS REFERENTES A LOS MEDIOS
5-Consejo (I-II q.14) 6-Consentimiento(I-II q.15)
7-Juicio discretivo-práctico 8-Elección (I-II q.13)
(I-II q.I3 a.3; q.14 a.6)
9-Imperio (I-II q.17) I0-Uso activo del querer (I-II q.16)
CONSECUCIÓN DEL FIN
11- Uso pasivo de las facultades I2-Fruición I-II q.II)
ejecutivas(I-II q.16 a.1)
Este esquema nos da una idea de la sucesión de las distintas fases de acto humano y además tiene la ventaja de que para cada fase remite a las cuestiones pertinentes de Suma de Teología. Con esta referencia y aceptando, como pretendemos hacer valer, que en todo individuo enfermo y en toda patogenesia existe una lesión del acto humano, podemos intentar un comienzo de clasificación de los medicamentos de acuerdo a la fase de dicho acto que se encuentre dañada. Naturalmente este es un trabajo que está por hacer. Sólo a modo de ejemplo y con las debidas reservas aventuraremos unas notas.
Algunos (remedios y personas) estarán dañados en el primer paso, la simple aprehensión del fin; tal es el caso de Anacardium que no distingue el bien del mal. Otros, como Alúmina, fracasarán en la simple volición del fin, el deseo. Un fallo en el consejo hará que Bismuthum no sepa elegir los medios adecuados. En Euphrasia se trata de la fruición, valga la semejanza fonética. Acido muriático tiene comprometida la irascibilidad, y su daño por consiguiente se sitúa en el imperio. Etcétera.
Claro que esto no es suficiente para identificar un remedio. Debemos relacionar la lesión del acto humano con el atributo divino parcial o totalmente envidiado, y también, y esto es particularmente importante, con la virtud o virtudesque el sujeto instrumente para asegurar el éxito de su empeño hipertrófico. Estos tres parámetros debidamente relacionados deben configurar la imagen adecuada de cada remedio homeopático y de cada individuo enfermo, pero no hay que olvidar que lo que los médicos tratamos de curar es el daño, y la afectación del acto humano expresa y significa la primera expresión del daño en la conducta con todas sus implicaciones.
No olvidemos tampoco que la virtud (moral) corresponde por derecho propio y exclusivo al acto moral. Así pues, las virtudes a las que nos hemos referido (aquellas que el sujeto enfermo utiliza en su empeño hipertrófico) son en realidad pseudovirtudes. Manipulará una virtud desvirtuándola o utilizará cualquier otra conducta o actitud que a favor de las circunstancias pueda hacer pasar por virtud. Asimismo la optimización del acto humano, que indica simultáneamente una mayor cota de libertad, nos servirá como referente de un correcto tratamiento.
Para terminar intentaremos dar un ejemplo de como podría elaborarse una hipótesis en función de lo antes expuesto. Tomemos por caso Petroleum: ha deseado ser Uno, como Dios. Ser Uno (y por ende ser único) significa no poder dividirse (y no ser parte de una unidad superior). Por eso Petroleum se duele de todo aquello que le recuerde que puede dividirse (sexualidad, reproducción) o que forma parte de una unidad superior (reuniones de gentes, viajes en barco o en tren, que simbolizan a las Iglesias, la comunión, la evolución compartida).
El concepto de uno concierne a dos referentes: unidad y unicidad. Cuando su intelecto le propone el Bien Supremo, Petroleum percibe que la Unidad es un atributo exclusivo de Dios. Si reconoce a Dios como Bien, reconoce al mismo tiempo que él es parte de un Todo. Por tanto se niega a ese reconocimiento y queda lesionado en el primer paso del acto humano: la simple aprehensión del fin (esto incluye desde el Bien Supremo hasta los bienes particulares que lo simbolizan). De ahí que por la mañana, momento de los propósitos, Petroleum esté aburrido, taciturno y con trastornos en la visión (ver es equivalente de entender, de comprender intelectualmente).
Puesto que no reconoce el bien, todas las ocupaciones que suelen ser agradables, a él no le placen; y se aburre. No se trata aquí de un problema con la fruición (como sería el caso de Euphrasia o de Chamomilla). Evidentemente, Petroleum no disfruta, pero es porque ni siquiera inicia la acción (H5,MMC— Agitación, no sabe que hacer). No deja de ser chocante que el irresoluto y perezoso Petroleum sea el que mediante su combustión mueva la mayor parte del trepidante mundo moderno (que por lo demás también parece haber perdido la capacidad para reconocer el bien).
La virtud de la que presuntamente blasonará Petroleum hipertrófico será el individualismotras el que ocultará su pereza, su incapacidad y su despecho, todos los cuales se pondrían bien de manifiesto en cualquier intento de tarea común.
Ciertamente el individualismo no se encuentra en el catálogo tomista de las virtudes y en ciertos aspectos podría ser contemplado como un vicio, pero considerado como opuesto al colectivismo o al gregarismo, tiene connotaciones positivas. Y en esta era del petróleo, que también lo es de la masificación, representa, verazmente o no, una de las virtudes del ámbito de la libertad. Y presa ya del delirio asociativo, ¿no hemos oído decir tantas y tantas veces que el automóvil -o sea el petróleo- nos proporciona libertad?
En su individualismo, acaricia la idea de ser único, de no tener igual; pero la imaginación, capaz de destruir el más fuerte bastión de la más elaborada estructura defensiva, le juega una mala pasada: imagina que es doble.
Tras una primera hipótesis, podemos empezar a elaborar comparaciones con otros remedios que nos ayudarán a delimitar más detalladamente el drama que estamos estudiando: Petroleum, al igual que Anacardium, está lesionado en la simple aprehensión del fin, pero mientras Anacardium no es capaz de distinguir entre el bien y el mal, Petroleum se niega a reconocer el bien.
En cuanto a la virtud instrumentada, Petroleum nos recuerda a Natrum muriaticum, pero mientras éste sólo pretende estar aislado por arriba, vale decir, ser independiente de Dios, la tendencia de Petroleum parece ser al aislamiento completo.
El de Petroleum ha sido únicamente un ejemplo someramente abordado para poner de manifiesto las posibilidades de la aplicación de la antropología filosófica a la homeopatía, aplicación que no nos desvía lo más mínimo del respeto riguroso a los síntomas patogenéticos y clínicos.
Claro que todos estos argumentos nos servirán de poco si no aprendemos a verlos también en los pacientes (recordemos que Masi no deja de insistir en que los pacientes deben ser estudiados con tanta minuciosidad como los remedios). Dicho de otro modo: por más loable que sea el intento de confirmar clínicamente las hipótesis, esto será difícil si antes no aprendemos a ver de qué manera se expresan en lenguaje ordinario (verbal o no) los conceptos teológicos y antropológicos con los que estamos comenzando a familiarizarnos. ¿Cómo expresa alguien su deseo de ser único? ¿Cómo su incapacidad para disfrutar de algo?, ¿su dificultad para elegir?, ¿su sensación de estar perdido, sin guía?, etc., y todo ello más allá de lo que podríamos considerar común a la generalidad de los seres humanos.
Se trata, por consiguiente, agotar todo el conocimiento que, en el contexto del esquema antropológico, nos brinda el compromiso del acto humano tanto en las patogenesias como en la clínica: no es un trabajo fácil y llevará su tiempo, sobre todo porque muy pocos homeópatas se dedican a ello.
[1] Los antiguos teólogos utilizaban el término salud para referirse a la gracia y por ende a la salvación; salud y salvación poseen la misma raíz latina. Por otra parte el término crasis , con el que los médicos griegos designaban la salud, tiene la misma raíz que gracia.