La preocupación por la salud

La preocupación por la salud es un signo inequívoco de enfermedad. Y la excesiva preocupación, tanto más. Las personas sanas no piensan en la enfermedad, se ocupan principalmente de sus proyectos, lo cual significa vivir en el presente de manera activa y coherente. La enfermedad tiende a convertir a las personas en pasivas, las priva de propósito. O bien, la pasividad y la falta de propósito las convierte en enfermas.

Y lo mismo que a las personas, les ocurre a las sociedades: cuando la preocupación por la salud es excesiva, la sociedad está muy enferma. Así, se inoculan contra decenas de virus, van al médico a hacerse chequeos, van al médico si son niños, si son viejos, si son mujeres, si tienen próstata, si tienen mamas, si están embarazadas. Y todo ello sin estar enfermos, sin sentirse mal.

Si algún miembro de una sociedad enferma está leyendo esto, ya se habrá enfadado por atreverme yo a poner en duda la bondad de los chequeos, sin pensar cuántas enfermedades se podrían haber evitado o retrasado evitando los chequeos, o simplemente evitando ir al médico cuando no se está enfermo. Me consta que lo que acabo de decir habrá cabreado hasta la exasperación al mencionado miembro de la sociedad enferma. En realidad, cualquier cosa que yo diga para justificar mis ideas lo cabreará porque pone en cuestión su innecesario apego al estamento sanitario.

Abundar en lo anterior no nos lleva a ninguna parte, porque es necesario avanzar en la idea, ir más allá. Una sociedad enferma es víctima fácil de los desaprensivos con poder, que pretenden enfermarla aún más para controlarla mejor. Una sociedad enferma tiene miedo y ese miedo se puede incrementar hasta el paroxismo. Y a una sociedad asustada hasta el paroxismo se le dan órdenes y las obedece sin rechistar.

Pero esto, claro, lo sabemos todos. Ya hemos pasado por ello, aunque algunos ni se han enterado. Las órdenes que hemos obedecido sin rechistar por absurdas que parezcan, por insensatas, por abusivas, producen la impresión de un entrenamiento o más bien un condicionamiento: quédate en casa, sal de casa, tienes el deber de inocularte, es obligatorio, no es obligatorio, si no te inoculas se te apartará, lleva máscara, ahora no la lleves, etc. Es como una instrucción militar, pero a lo bestia, a nivel mundial. Si la gente obedece, el negocio va viento en popa. A seguir mandando, a inventar nuevas argucias. Y el miedo circulando sin parar.

El miedo a la enfermedad; al vecino que puede contagiarte; a tu hijo que, al ser niño, pasa la enfermedad casi sin síntomas, pero contagia; a tus padres, que tienen más riesgo y, ya puestos, a cualquiera que se encuentre bien porque también puede contagiarte. Todos temen a todos y desconfían de todos.  Bueno, no desconfían de los bustos parlantes de la televisión, digan lo que digan; ni de los políticos, digan lo que digan; ni de los laboratorios farmacéuticos, hagan lo que hagan. Se ponen sus máscaras y obedecen. Me pregunto si obedecerán cuando les digan que ya pueden enseñar la cara en interiores o por el contrario creerán más conveniente, y sobre todo más “seguro” continuar yendo de tapadillo. Iremos viendo.

¿Cuál puede ser el cometido del médico ante una sociedad asustada? Devolver la calma, informar; poner al descubierto los juegos malabares que se hacen con las cifras de contagios, de enfermos, de muertos, de inoculados; explicarles el escaso valor de las pruebas diagnósticas tal y como se utilizan; situar en contexto el daño asociado a esta supuesta pandemia y compararlo con el de otras enfermedades a las que no tememos porque no hablan de ellas cada día en la televisión, ni tienen pasaporte (por ahora) ni están excluidas socialmente (por ahora).

En este momento en el que ya avisan de que van a quitar la obligatoriedad de mascarillas en interiores, también avisan de que seguirán siendo obligatorias en los establecimientos sanitarios y en las residencias de ancianos.

Esto nos sitúa ante un curioso panorama: un médico intenta sosegar a su paciente, ahuyentar el miedo que lo atenaza, mientras ambos tienen la cara tapada. Todos conocemos la importancia de la expresión facial en la comunicación. Ese paciente ha podido ver en la tele el rostro cariacontecido del busto parlante o del político de turno mientras lo “informaba” sobre la “preocupación” que la última variante produce en “autoridades” médicas y científicas, pero no puede ver la cara de su médico que intenta ayudarlo. Patético.

En cuanto a las residencias de ancianos, ¿qué decir? Esas pobres almas anhelan una sonrisa, un rostro amigable. Y se lo negamos. Sigue la escabechina.

Desde una perspectiva homeopática, no estará de más analizar los síntomas que afligen a la actual sociedad, con la finalidad de encontrarle un remedio a su enfermedad.

En primer lugar, veamos los temores más destacados de este cuadro que nos asola: Temor de la muerte. Temor de infecciones. Temor del contagio. Este temor del contagio es tan intenso que conlleva: temor en una multitud, temor en lugares públicos e incluso temor a miembros de la familia, temor a ciertas personas o a todas las personas. Y naturalmente temor a ser tocado. Todo ello provoca un sufrimiento con sensación de aislamiento y soledad, depresión, incluso suicidios, situaciones que podemos considerar como trastornos por mortificación y también trastornos por temor. Ansiedad hipocondriaca. Tendencia a censurar y confrontar a los que no cumplen las normas, es decir, crítico, censor.

Al repertorizar estos síntomas vemos que Calcarea carbonica encabeza claramente la lista de remedios útiles. Hay otros que seguramente deberían ser estudiados para decidir en casos concretos, entre ellos, Lyc. Nat-m., Phos. y Sulph.

Estamos ante una situación muy hahnemanniana, si se me permite la expresión: un temor inducido ha provocado una enfermedad, una epidemia. Un temor inducido es una causa invisible de enfermedad, es decir, un miasma. La diferencia con la concepción antigua de miasma estriba en que, para los antiguos, los focos de contagio eran lugares mefíticos como sótanos sin ventilación, túneles o vertederos, mientras que actualmente eso se ha trasladado a la sala de estar con sus flamantes televisores de última generación.

Dicho lo que hoy quería decir, y aprovechando que la brevedad se considera generalmente una virtud, lo dejo aquí. Tan sólo añadir que en este blog de homeopatía online siempre esperamos (seguramente en vano) vuestros comentarios. Que Dios os bendiga.

Doctor Emilio Morales

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12 comentarios en “La preocupación por la salud

  1. Desconocía que el remedio homeopatico para una sociedad enferma, con un cuadro clínico tan bien definido en el artículo, fuera “calcárea carbonica”… Me gustaría añadir que hay otro miedo arraigado en lo más profundo de la psique: el miedo a saber, el miedo a ver, el miedo a despertar, el miedo, en definitiva, a la libertad… Porque ni nacemos libres ni tenemos libre albedrio. Somos seres contingentes, condicionados por nuestra naturaleza biológica y psicológica. La libertad que otorga el estado de salud, salud integral, es el ideal, casi utópico, al que aspiramos, la sancte’, la salud, la santidad. Ése estado en el que ya no existen los miedos, porque el mayor y padre de todos ha sido vencido: el miedo a la muerte… Recuerdo el epitafio en la tumba de Nikos kazantzaki: Nada espero, nada temo: soy libre.

    • Si consideramos, como lo he hecho en esta entrada, el estado de terror recientemente inducido como una epidemia, podemos buscar lo que en homeopatía llamados el genio epidémico, es decir, el conjunto de síntomas que caracterizan la epidemia en cuestión y, en consecuencia, el o los remedios que mejor cubren esos síntomas. Esto no evitará que, en cada paciente concreto, debamos indagar los síntomas individuales, pero nos dará una guía para casos dudosos. Gracias por tus valiosas aportaciones.

  2. Verdaderamente el problema no es, mascarilla si o no , el miedo,incrustado que llevamos desde los comienzos de la humanidad, que ya es una costra irrompible, que se materializa en las mascarilla como medio de protección, fomentando hipocresía, tiranía y todos los demás ías, que podamos añadir, refleja que hemos construido una humanidad enferma , en cuerpo y alma y lo peor de todo, es que estamos satisfecho de nuestro logro.

    • Hola Soledad, coincido con tu apreciación. Como indicas, lo peor de todo es la aparente satisfacción que sobrenada. Gracias por tu aportación. Saludos.

  3. No se puede explicar mejor. Maravilloso artículo. Tiene usted la precisión de un cirujano con la palabra.
    Debe ser usted uno de esos pocos médicos que quedan en quien poder confiar.
    Yo estoy perdiendo la confianza en el sistema sanitario convencional.
    Si trabaja en Madrid, ¿tendría alguna forma de contactarle?

    • Hola Ana María, gracias por tu benigna opinión. Aunque el sistema sanitario está bastante deteriorado, me consta que existen médicos con una visión clara de su cometido. Desgraciadamente, el sistema los neutraliza. Es cuestión de buscar, dentro y fuera del sistema. A tu pregunta, no estoy en Madrid, sino en Sevilla. Desde este blog puedes picar en VISITE MI WEB y te llevará a HOMEOPATÍA SEVILLA, donde encontrarás nuestros teléfonos. Saludos.

  4. Te felicito Emilio por tu claridad y diagnóstico de lo que es una sociedad enferma, yo añadiría ma si me lo permites, está sociedad está enferma desde hace mucho tiempo, desde que “mató a Dios” y eliminó de sus vidas la vivencia de la Próxima y a lo que asistimos hoy es al UCI de esta sociedad, ojalá y me equivoque pero esto huele ya a cadáver

    • Querido compañero, coincido en el diagnóstico, pero no en el pesimismo de tu pronóstico. Y no porque no lo esté viendo, sino porque deseo tener esperanza. Te envío un abrazo fraternal.

  5. Emilio, sigues en forma.
    Y qué bien veros haciendo equipo en la consulta.
    Dinah, nuestra alumna en el Máster de Hp no hace tanto.
    O sea, anteayer. Cuando la tierra era plana…
    El relevo generacional en la Hp de alto nivel queda asegurado en Sevilla.
    Que lo sepa to er mundo.

    Si te parece, hagamos hueco a Emily Dickinson en esta entrada sobre el miedo, la libertad y las mascarillas (el “Velo”, en el poema).
    El arte, ahora en forma de poesía, viene en nuestra ayuda cuando se trata de recordar que no tenemos que resignarnos a vivir cabizbajos, subyugados por, ahora, el miedo inducido.
    Que podemos levantar la cabeza, respirar hondo y dirigir la mirada hacia la verdad, el bien y demás “altos fines de la existencia”.
    Y ponernos en marcha sabiendo que quizás nunca lo logremos del todo, porque el fin es el camino.
    Vuelva ESA normalidad.

    A Charm invests a face
    Imperfectly beheld —
    The Lady dare not lift her Veil
    For fear it be dispelled —

    But peers beyond her mesh —
    And wishes — and denies —
    Lest Interview — annul a want
    That Image — satisfies —

    Emily Dickinson (1891).

    Un Encanto adorna un rostro
    tenido por imperfecto —
    La Dama no se atreve a alzar su Velo
    por miedo a que se disipe —

    Pero escudriña a través de su malla —
    y desea — y deniega —
    no sea que la Entrevista — anule una falta
    que la Imagen — suple —

    traducción de Álvaro Torres Ruiz.

    • Hola Marino, gracias por tu comentario. Luminoso, como siempre. Y sí, sin duda todo lo que apunta a lo sublime viene a compensar las inevitables limitaciones de aquello que sabemos o creemos saber. De ahí la necesidad del arte, del que nuestro método (medicina hasta el fondo) tanto tiene. Ese arte es la puerta abierta hacia el espíritu, lo necesario para equipararse a lo humano. En fin, que bregamos con el misterio. Un abrazo.

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