LA VIEJA HOMEOPATÍA

Después de cumplidos los doscientos años, el método homeopático parece gozar de una salud extraordinaria. La demanda por parte de los enfermos sigue aumentando debido a los buenos resultados terapéuticos que consigue y ya es difícil encontrar a alguien que no haya oído hablar de la homeopatía o que no tenga un amigo o familiar que se trate con homeopatía.

El hecho de que la demanda de tratamientos homeopáticos vaya en aumento y de que prácticamente todo el mundo tenga noticia de la homeopatía se debe exclusivamente a las curaciones y a la difusión de boca en boca: ni las instituciones ni los medios de comunicación ni el sector sanitario considerado en conjunto han ayudado en lo más mínimo a que se produzca; más bien todo lo contrario.

Como claves que contribuyan a explicar este sorprendente fenómeno, me aventuraría a adelantar cuatro, dos de índole negativa y otras dos positivas. La primera es la progresiva deshumanización del sistema médico “oficial”, centrado en los protocolos terapéuticos y desentendido, en términos generales, de todo lo que la enfermedad tiene de individual y de privado; la segunda, el hecho de que los mencionados protocolos (exceptuando algunas enfermedades bacterianas) suelen tener por objeto exclusivamente la paliación, ofreciendo pocas expectativas al paciente crónico salvo el tratamiento de por vida con los consiguientes efectos secundarios, intolerancias, etcétera, etcétera. Por el lado positivo, la homeopatía se interesa obligadamente en la individualidad porque el propio método lo exige y además ofrece serias expectativas de curación tanto en casos agudos como en crónicos.

En un segundo plano, encontramos el hecho de que la homeopatía carece de toxicidad, que puede ser aplicada en cualquier circunstancia, que no produce interacciones indeseables con ningún tratamiento y otras ventajas que posiblemente también influyen, aunque menos, en el favor que el público viene otorgándole.

No obstante, el futuro de la homeopatía a medio plazo es incierto y esa incertidumbre se debe precisamente al éxito que ha tenido en los últimos años. Parece inevitable: cuando algo funciona, tiene éxito; cuando algo tiene éxito, se comercializa; cuando algo se comercializa, se deteriora. ¿Deberíamos llevarnos las manos a la cabeza y pensar que todo está perdido? De ninguna manera. La comercialización tiene, sin duda, sus inconvenientes, pero también tiene sus ventajas, por ejemplo, ahora el paciente puede encontrar sus remedios homeopáticos en la farmacia de la esquina. ¿Cuáles son, pues los inconvenientes? En primer lugar (aunque no es algo nuevo) la aparición y publicitación de productos pseudohomeopáticos, específicos para tal o cual patología, cuya eficacia queda por demostrar; en segundo lugar, la difusión de lo que podríamos llamar una homeopatía fácil, basada en principios muy próximos a los que inspiran los productos específicos, concebida para que un médico sin formación homeopática o un farmacéutico o dependiente de farmacia puedan prescribir a vuelapluma, aumentando de esta manera las ventas. ¿Otra ventaja de la comercialización? Que nadie nos obliga a utilizar esos productos ni esa homeopatía fácil. Podemos elegir.

Entre ventajas e inconvenientes, ya va corriendo el siglo XXI. Más de una décima parte del mismo ha quedado atrás. En este tiempo, hemos conocido muchas propuestas terapéuticas, algunas del mayor interés. Tal vez pronto tengamos resueltos los grandes problemas patológicos que hoy nos urgen. Tal vez ya estén resueltos y no lo sepamos. En todo caso, la homeopatía sigue ofreciendo, dos siglos después de que Hahnemann publicase su Órganon de la medicina racional, una opción de esperanza y de salud para los enfermos. Esa fue la intención que inspiró a su fundador y la que sigue inspirando a todos los médicos que la practican.
Doctor Emilio Morales

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