ORIGEN Y SENTIDO DE LA HOMEOPATÍA

La homeopatía nace en los últimos años del siglo XVIII y se desarrolla y consolida a lo largo del XIX de la mano de su descubridor, Samuel Hahnemann,  un médico influido desde la cuna por los aires de la Ilustración. Algunas de las principales propuestas de este movimiento cultural que cambió el mundo fueron particularmente afines al joven Hahnemann, en especial el principio de benevolencia o filantropía, a saber, la buena voluntad y ayuda entre los seres humanos, y la independencia intelectual con respecto a dogmas y credos, que le hizo adoptar como propia la consigna que Kant establece como leit motiv de la Ilustración: aude sapere, atrévete a saber.

Con el bagaje de esas influencias y una mente privilegiada, Hahnemann llega, tras años de estudio y experiencia, tras haber desechado los procedimientos terapéuticos de su época por dañinos e ineficaces, a descubrir la ley sobre la que basa su  método terapéutico: similia similibus curentur, los semejantes son curados por sus semejantes. No es el primero que formula el principio, pero sí el que logra trasladarlo metódicamente a la práctica, creando de ese modo la homeopatía.

Lo primero que necesita para conseguir un arsenal terapéutico es descubrir cuáles son los efectos de los medicamentos en el hombre en estado de salud. La razón reside en su descubrimiento: una sustancia puede curar en el enfermo una afección que tenga los mismos síntomas que esa misma sustancia puede provocar en el hombre sano. Ni corto ni perezoso, Hahnemann se dedica a experimentar en sí mismo el efecto de las diferentes sustancias que la medicina de su época utiliza habitualmente, con el fin de descubrir sus efectos y determinar de ese modo su poder como medicamentos. Pronto encuentra discípulos y voluntarios que le ayudan en su tarea, cuyo trasfondo intelectual es el saber y cuyo trasfondo moral es la ayuda a los demás, las dos ideas que ha vivido y asimilado desde niño.

Probados los remedios y aplicados en los pacientes, la experiencia le demuestra progresivamente que su intuición era correcta, es decir, que las enfermedades pueden curarse con sustancias que produzcan en el hombre sano un grupo de síntomas semejantes a la enfermedad en cuestión, pero aún le quedaba por superar un escollo que más adelante se iba a convertir en la mayor dificultad que ha tenido que soportar la homeopatía de cara al exterior: la cuestión de las dosis. En efecto, en sus primeras experiencias terapéuticas, Hahnemann observó que, administrando sus remedios a las dosis habituales en la medicina de la época, lo pacientes sanaban, pero antes solían presentar un intenso agravamiento de su estado que en ocasiones hacía que abandonasen el tratamiento. Esto le hizo disminuir la dosis progresivamente, cabe su poner que con el temor inicial de que sus remedios pudiesen perder eficacia, pero lo que sucedió fue lo contrario: a medida que las dosis disminuían el efecto resultaba más terapéutico sin el inconveniente de aquellas peligrosas agravaciones. Así llegó a las dosis infinitesimales características de la homeopatía.

Desde entonces, la homeopatía se ha revelado como un método terapéutico eficaz, exento de efectos secundarios y se ha convertido en la medicina de elección de cada vez mayor número de personas. Esto se ha logrado merced al esfuerzo de decenas de miles de médicos entusiasmados en la práctica y difusión de esta sorprendente terapéutica y a la confianza de millones de pacientes que han tenido ocasión de experimentar en sus propios organismos el saludable efecto de los “anisitos” homeopáticos.

Con algunas vicisitudes, pero sin perder en ningún momento su enorme potencial manifestado en su eficacia y en la adhesión incondicional de aquéllos que la conocen, encontramos a la homeopatía en pleno siglo XXI, consolidada como la principal entre las llamadas medicinas alternativas o complementarias y compitiendo con la medicina tecnificada del momento que tantas maravillas promete, y tal vez consigue en algunos casos. Absurdo, ¿verdad? ¿Una medicina de hace doscientos años frente a los milagros de la tecnología de vanguardia?, ¿unos anisitos trasnochados frente a sofisticados fármacos de última generación?, ¿un procedimiento estancado, que no evoluciona ni cambia, frente al vértigo de la investigación y el desarrollo? Pero ése es precisamente el quid de la cuestión.

Cualquiera ha podido tener la experiencia de ir al médico y, al relatarle el tratamiento que recibió para una determinada dolencia, recibir la respuesta de que ese tratamiento fue una barbaridad. Seguramente era cierto, pero muy a menudo, cuando lo recibió, aquel tratamiento que “fue una barbaridad” se consideraba correcto y adecuado. Pasaron algunos años y se le comprobaron importantes efectos secundarios o tal vez ineficacia. La industria farmacéutica “descubrió” otro fármaco más eficaz o con menos efectos secundarios (lo que siempre está por ver), presumiblemente más caro, y este fármaco se convirtió en el medicamento “correcto” para administrar en una determinada situación. De este modo, cada cinco, diez o quince años, la “investigación científica” de la industria farmacéutica “descubre” que lo que se venía utilizando no es , ¡ay!, adecuado y lo sustituye por otro medicamento “mucho más eficaz e inocuo” bajo nueva patente. De este modo, la industria farmacéutica nos tiene acostumbrados al cambio y todo parece estar en orden: la última novedad es lo mejor de todo, los remedios antiguos están obsoletos, ¡renovarse o morir! A duras penas puedo contener el sarcasmo de sustituir, en la última frase, la conjunción disyuntiva por una copulativa. ¿Qué ocurrirá de aquí a unos años con la última novedad? Presumiblemente, llegará a convertirse en otra “barbaridad” cuando sea sustituida por el “descubrimiento científico del momento”.

Pero volvamos a la homeopatía. ¿Es que no se renueva? En cierto modo sí, ya que se investigan nuevos remedios y se ponen al día cada vez más estrategias de análisis de la materia médica, nuevos métodos de interrogatorio, etc. Pero lo que una vez fue útil sigue siendo útil, nada se queda atrás, nada se vuelve obsoleto. Lo que funciona no tiene por qué ser cambiado. Por eso, en muchos sentidos, el homeópata de hoy actúa exactamente como lo hubiese hecho el propio Hahnemann, con los mismos criterios, utilizando los mismos medicamentos que entonces se usaban, por la sencilla razón de que curaban y curan. Que yo sepa, la naturaleza del hombre no ha cambiado en los últimos doscientos años y tampoco lo ha hecho la naturaleza de las sustancias de los reinos mineral, vegetal y animal que utilizamos en nuestros tratamientos. La homeopatía conserva de este modo todo su acervo de conocimientos y experiencias. Lo conserva y lo atesora. Como acabo de señalar, lo que funciona no tiene por qué ser cambiado. Dicho sea de paso, los medicamentos homeopáticos no pueden patentarse porque son en su inmensa mayoría sustancias naturales simples.

Hemos visto cómo nació la homeopatía y hemos comenzado a intuir su sentido en medio de la vorágine tecnológica del siglo XXI, pero hay más. Tal vez lo relevante de este sentido esté precisamente en su origen: la homeopatía es un método que nace en y bajo la influencia intelectual y moral de la Ilustración. Se trata pues de una medicina de la Modernidad, casi me atrevería a decir “la medicina” de la Modernidad. Dicho en Román paladino: medicina occidental de pata negra. Y siendo así no puede sorprendernos que haya encontrado y conservado su lugar en un mundo que, pese a las manipulaciones y tergiversaciones culturales de los poderes fácticos, sigue conservando, en lo profundo del alma humana, los valores que estuvieron en su origen: la admiración ante la naturaleza y el mundo, la libertad, el deseo de saber y la solidaridad entre los hombres.

Por eso nada tiene de extraño que tantas personas quieran ser tratadas con homeopatía porque, me atrevo a pensar que, consciente o inconscientemente, saben que la homeopatía se corresponde contextualmente a la perfección con el mundo que sueñan y desean, y que en definitiva es este mundo, aun necesitado como está de algunos arreglos sustanciales: un mundo de seres humanos libres, sabios y solidarios. Y, por descontado, sanos.
Doctor Emilio Morales

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